PROBLEMAS Y PERSPECTIVAS ACTUALES DEL DESARROLLO ECONÓMICO
INTRODUCCIÓN
En su cuenta anual del 21 de mayo de 2005 ante el Congreso Pleno, el entonces Presidente de Chile Ricardo Lagos, con la solemnidad requerida por la ocasión, afirmó:
Chile, en este siglo XXI, ya no es ni
será un caso de desarrollo frustrado, como lo señalara Aníbal Pinto,
refiriéndose al paso del siglo XIX al XX. Chile está siendo, y será, un caso de
desarrollo logrado, exitoso, donde los frutos de este crecimiento y desarrollo
llegan a todos los rincones y a todos sus hijos.
Desde entonces esta misma idea se ha hecho presente
de manera reiterada, como un hechizo, en los pronunciamientos de los distintos
gobiernos que le han sucedido, al recibir también el aval del grueso de los
economistas del mundo académico chileno. Durante el gobierno de Sebastián Piñera
se llegó incluso a desarrollar anualmente un seminario internacional sobre el
tema Chile hacia el desarrollo, convocado y organizado por el
Ministerio de Hacienda, el que contó con la participación de destacados
economistas extranjeros, entre ellos varios premios Nobel, especialmente
invitados por el gobierno para realzar la significación de estos eventos.
Lo que se ha sostenido, básicamente, es que Chile
se encontraría ya a las puertas mismas de convertirse en un país desarrollado y
que, para consumar este viejo y apetecido anhelo, solo bastaría realizar un
último y decisivo esfuerzo, perseverando en el camino emprendido en las últimas
tres décadas, vale decir, en la implementación de políticas de sello
neoliberal. Lo cuestionable, sin embargo, como lo ha evidenciado el abrupto
eclipse de estas expectativas triunfalistas gatillado ahora por la pronunciada
caída en el precio del cobre, es el pobrísimo, y en definitiva erróneo,
concepto de desarrollo que se encuentra a la base de tales anuncios. Así, por
ejemplo, en el documento especialmente preparado por las autoridades chilenas
para el primero de los seminarios antes aludidos se sostiene que:
Si bien no existe una definición única, algunos
organismos han definido umbrales para clasificar a un país como desarrollado
dependiendo típicamente del ingreso per cápita de los países. El Fondo
Monetario Internacional (FMI) utiliza un Producto Interno Bruto (PIB) per
cápita superior a los US$17 000 a tipo de cambio de mercado y mayor a US$22 000
a Paridad de Poder de Compra (...) en 2010 para definir país desarrollado. En
2009 nuestro país registró un PIB per cápita de US$ 9 525 medido a tipo de
cambio corriente y US$14 341 a PPP de acuerdo a las cifras del FMI. Es decir,
enfrentamos una brecha cercana a los US$ 8 000 por persona para alcanzar la
clasificación de país desarrollado (Gobierno de Chile, 2010:12).
En esta misma línea, los expertos neoliberales
suelen identificar a un país desarrollado simplemente como aquél que, como
consecuencia de un mayor PIB por habitante, se mostraría aparentemente capaz de
ofrecer a su población una «mejor calidad de vida», invocando luego como
indicador clave para validar dicha tesis al Índice de Desarrollo Humano del
PNUD:
La evidencia avala que los países
desarrollados tienen mejor calidad de vida. Una forma de mostrarlo es por medio
del índice de desarrollo humano publicado por la Organización de Naciones Unidas
(ONU). Es así como países con mayor PIB per cápita tienden a
liderar este ranking de desarrollo humano, donde Chile aparece en el número 44,
de acuerdo a datos de 2007. Es decir, mejor rankeado que países como China
(92), Brasil (75), Rusia (71), Argentina (49), pero peor que países tales como
República Checa (36), Portugal (34), Estados Unidos (13), y Noruega (1) (Gobierno de Chile, 2010:14).
En consecuencia, y de acuerdo a los estándares
asociados a esta nueva teoría de los «umbrales de desarrollo», Ricardo Lagos se
había anticipado para anunciar que Chile sería ya un país desarrollado al
momento de conmemorar el bicentenario de su Primera Junta de Gobierno, es
decir, para el año 2010. Los sucesivos anuncios posteriores han ido postergando
la fecha del magno acontecimiento. Así, al momento de llevarse a cabo el
primero de los seminarios realizados bajo el gobierno de Sebastián Piñera, sus
expertos estimaron que, creciendo a una tasa promedio de 6% anual, Chile podría
alcanzar la anunciada y anhelada meta en el año 2018, con niveles de PIB per
cápita similares a los exhibidos en 2009 por países como Portugal o la
República Checa.
Más allá de lo pertinente o no que puedan resultar
con respecto al objetivo específico que se proponen alcanzar las medidas
propuestas por tales expertos, en su mayor parte orientadas a promover y
facilitar la acción del gran capital, la pregunta relevante es por el concepto mismo
de desarrollo que subyace a estos anuncios. Un concepto que, como ya hemos
dicho, ha sido acuñado por los principales organismos económicos
internacionales y avalado luego por el nutrido contingente de economistas que
forman parte del «colegio invisible» de la profesión. La pregunta que se
plantea entonces, es ¿qué debemos entender por un país y una economía
desarrollados? ¿Simplemente, como se nos dice a través de estos anuncios,
aquellos que logran cruzar un determinado umbral de PIB por habitante medido en
dólares PPA (Paridad de Poder Adquisitivo), sin importar mayormente cuál sea la
naturaleza, independencia y sustentabilidad de sus actividades productivas?
Vale la pena, aunque sólo sea por la amplia
difusión alcanzada por tales planteamientos y el impacto que esto tiene sobre
la comprensión general del problema, detenerse a examinar más de cerca lo que
el desarrollo económico efectivamente significa con el propósito de determinar
si los anuncios formulados en tal sentido, sea respecto de Chile o de cualquier
otro país, resultan o no pertinentes a la luz de los rasgos que son
característicos de la realidad económica a que se alude. En consecuencia, nos
proponemos responder brevemente aquí a tres cuestiones directamente
relacionadas: a) ¿Qué debemos entender por desarrollo
económico?1b) ¿Qué posibilidades de desarrollo existen para
una economía primario-exportadora como la chilena bajo las actuales condiciones
del capitalismo globalizado?; c) ¿Cómo es posible orientar la
lucha por el desarrollo económico en estas condiciones?
¿QUÉ ES UNA ECONOMÍA DESARROLLADA?
Sin duda, lo más llamativo de los planteamientos
antes aludidos sobre el desarrollo económico, es que las enormes complejidades
estructurales que aparecían asociadas a la problemática del subdesarrollo en
los debates académicos de las décadas de 1950 y 1960 desaparecen ahora como por
encanto. El problema se revela, de golpe, infinitamente más simple, claro y
comprensible que entonces. Todo se reduce a lograr que, de acuerdo a los
indicadores convencionales de desempeño,2 la economía «crezca» de manera más o menos
sostenida, sin que importe cómo y a una tasa lo más elevada posible, hasta
lograr superar un determinado monto de producto por habitante. La «calidad de
vida» viene por añadidura como efecto inevitable de un ulterior «derrame» de la
riqueza producida. Eso es todo.
Una clara expresión de la frivolidad intelectual
que en este aspecto anima a la elite de economistas neoliberales la proporciona
la cándida manera de reflexionar del reconocido «Chicago-boy» Cristián Larroulet
contenida en su libro Chile camino al desarrollo, escrito cuando
aún era miembro del gabinete político del gobierno de Sebastián Piñera. Allí,
al interrogarse sobre las causas del subdesarrollo, sostiene:
¿Por qué Chile, no obstante sus
esfuerzos, no ha alcanzado la meta del desarrollo? ... esa ha sido la cuestión
principal desde hace más de un siglo. Enrique Mac Iver, Francisco Antonio
Encina y Aníbal Pinto estaban entre los que habían buscado una explicación a
nuestros males en tiempos pasados. Pero las conclusiones de ellos y otros
muchos eran decepcionantes, pues apuntaban a factores estructurales muy
difíciles, si no imposibles, de modificar (Larroulet, 2012:13-14).
Como puede verse, Larroulet se declara decepcionado
de las explicaciones ofrecidas en el pasado por destacados intelectuales sobre
las causas del subdesarrollo de Chile, no porque las considere en algún sentido
erróneas o falsas -que es el terreno donde corresponde situar cualquier
consideración seria sobre las tesis y planteamientos que suscita una
determinada problemática- sino, simplemente, porque ellas apuntan a factores
estructurales que le parecen «muy difíciles de modificar». Y de esta manera
despacha, sin más trámite, toda la riquísima discusión existente sobre el tema.
Por lo tanto -señala-, limitémonos a alcanzar y sostener en el tiempo altas
tasas de crecimiento. ¡Eso es todo!
Pero si, confrontados a esta nueva visión del problema,
nos proponemos abordar seriamente esta cuestión, no podemos dejar de
plantearnos algunas preguntas elementales: ¿qué justificación puede tener
semejante reducción del concepto de desarrollo económico al de mero crecimiento
utilizando como indicador al producto por habitante medido en dólares PPA?
¿Acaso ella permite una mejor comprensión de la naturaleza del problema o, por
el contrario, la empobrece? ¿Qué es lo que debemos entender, en definitiva, por
una economía desarrollada?
En una primera aproximación, podemos reconocer, sin
mayor dificultad, como tales a las economías de países como Estados Unidos, el
Reino Unido, Alemania, Francia o Japón. ¿Qué es lo que nos hace tenerlas por
desarrolladas? Es indudable que todas ellas exhiben un alto nivel de ingreso
por habitante, pero este es también un rasgo característico de muchas otras
economías que difícilmente evocan con la misma fuerza la imagen del desarrollo
económico. Tal es, por ejemplo, el caso de algunos pequeños Estados como los
Emiratos Arabes Unidos, Brunei, Kuwait o Baréin, pero también de países mayores
como Australia y Nueva Zelanda.
Al utilizar el producto por habitante como
indicador es posible categorizar a este último tipo de economías como de altos
ingresos, o simplemente «ricas», pero difícilmente como desarrolladas. Esto
porque, en la mayor parte de ellas, la base del alto nivel de ingreso de que
actualmente disfrutan no es más que la explotación intensiva de recursos
naturales no renovables y, por lo tanto, aun cuando ésta se lleve a cabo con
los métodos de producción más avanzados, se trata de una situación que en el
largo plazo resulta insustentable. Baste recordar lo sucedido en su momento en
Chile con la bonanza salitrera. Las que, por su parte, disfrutan de condiciones
agroclimáticas favorables disponen de un recurso que puede ser de importancia,
sobre todo en el marco de la crisis alimentaria global actualmente en curso,
pero que, en los rubros de cultivos más esenciales, no ofrece características
de exclusividad que les permita alcanzar una fuerte posición de mercado.
En consecuencia, lo que nos lleva a considerar al
primer grupo de países como economías desarrolladas no es, en primer término,
su alto nivel de ingreso por habitante, sino las características más peculiares
y sobresalientes de su sistema productivo. En efecto, todas ellas forman parte
de las clásicas economías industrialmente desarrolladas, que
alcanzan y sustentan sus elevados niveles de ingreso en las capacidades
productivas que han logrado crear y desplegar en relación con los procesos de
transformación de la materia y en la invención de un amplio repertorio de
aplicaciones que se diversifica de manera ininterrumpida y que experimenta,
además, en cada una de sus múltiples líneas de producción, constantes procesos
de innovación. Son, apoyándonos en un término que ha sido utilizado por la
Comisión económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), aquellas que
producen y exportan bienes categorizados como «difusores del progreso técnico».
Las reales fuentes de su riqueza no son, por tanto,
importantes dotaciones de recursos naturales, sean renovables o no renovables,
las que en este último caso se hallan por lo demás muy desigualmente repartidas
sobre la superficie del planeta, sino el conocimiento de las técnicas que
permiten la producción, en términos comparativamente ventajosos, del muy amplio
y siempre creciente repertorio de bienes y servicios que son propios y
característicos de las formas de vida que se imponen en el presente. Son, en
otros términos, sus capacidades de producir los bienes y servicios más
propiamente característicos del siglo XXI. En consecuencia, se trata de fuentes
en principio inagotables pero que son, a la vez, en una importante medida,
monopolizables por quienes han estado y están en condiciones de «llegar
primero».
Esto último, a su vez, significa que, como quedó ya
suficientemente establecido en la célebre controversia sobre el desarrollo de
la década de 1970, el subdesarrollo no puede ser simplemente entendido como
expresión de un «rezago», patentizado en el predominio de técnicas de
producción arcaicas y estándares culturales premodernos, con el correspondiente
cúmulo de carencias materiales que golpean las condiciones de vida de vastos
sectores de la población. Dicho en otros términos, no puede entenderse como
expresión de un mero estado de «inmadurez», lo que supondría un patrón de
adultez social fijo e inmutable, como en el caso de los seres vivos. Dado el
carácter dinámico y siempre cambiante de la sociedad, el significado de esos
conceptos no puede ser sino relativo y referido siempre a un momento histórico
determinado puesto que, desde que sus vidas se hallan socialmente relacionadas,
todos los seres humanos viven un mismo tiempo histórico. El retraso tecnológico
y la pobreza constituyen solo síntomas del problema mayor cuyo real significado
y causas interesa esclarecer.
Es perfectamente posible, incluso, que un país
pueda alcanzar los estándares de la modernidad y la prosperidad sin dejar de
constituir por ello un espacio económico de base débil y vulnerable, como lo
ilustra muy bien el caso de algunos de aquellos que señalamos anteriormente.
Por lo demás, cuando en este contexto se habla de «atraso», ¿se trata de algo
clara y unívocamente dimensionable? Los indicadores cuantitativos usualmente
utilizados para ello ofrecen algunas luces pero están lejos de brindar una
información capaz de dar cuenta del fenómeno en sus aspectos efectivamente
relevantes. Ello, porque sus aspectos clave no son claramente cuantificables.
En rigor, más allá de lo equívoco que pueda resultar el propio término de
«desarrollo», que evoca de manera espontánea o bien la imagen del ciclo vital
de los seres vivos y sus distintas fases evolutivas o bien la idea del
progreso, sólo podemos hablar con propiedad de una economía desarrollada cuando
ésta posee la capacidad de operar de manera dinámica y en forma autosostenida,
es decir, con un alto grado de autonomía.
Sin embargo, ello es algo que las estadísticas
corrientemente utilizadas para medir el desempeño económico no permiten captar
de manera efectiva y que sólo un tejido productivo tupido y complejo,
conformado por actividades suficientemente diversificadas e interdependientes,
y operando además con niveles de productividad relativamente homogéneos, puede
lograr. El solo hecho de llamar la atención sobre la interdependencia entre los
distintos sectores productivos que se eslabonan y potencian mutuamente nos
indica ya que este problema nos confronta, necesariamente, a una realidad de
carácter sistémico y que, en consecuencia, sólo puede ser
captada mediante una representación teórica de equivalente naturaleza. El
ostensible mecanicismo de los modelos basados en relaciones funcionales entre
variables se evidencia aquí completamente estéril.
En efecto, la experiencia histórica nos muestra, de
manera suficientemente clara, que una economía desarrollada se configura como
un sistema autocentrado, con dinamismo propio y, además, que como principal
soporte de ese sistema económico hallamos, precisamente, a las actividades
productivas más dinámicas, que operan como verdaderos motores de la economía,
arrastrando tras de sí a muchas otras actividades que, por ese sólo hecho, se
van encontrando inevitablemente, sea en términos de demanda de mercado, sustento
financiero o soporte tecnológico, en una situación estructural de subordinación
y dependencia. Dicho dinamismo propio se evidencia particularmente claro en el
caso de aquellas manufacturas de la frontera tecnológica cuya sola oferta es
capaz de generar automáticamente, al menos durante algún tiempo, la demanda que
necesitan.
Por lo tanto, la diferencia entre desarrollo y
subdesarrollo económico no es esencialmente cuantitativa sino cualitativa.
No es, en otros términos, la diferencia entre una fase de inmadurez y otra de
madurez, y mucho menos cabe determinarla en términos de una mera brecha
estadística entre determinados niveles de ingreso por habitante, como se
acostumbra a hacer en el marco del pensamiento económico convencional en sus
diversas variantes, puesto que ella es, ante todo, de carácter estructural y
tiene esencialmente que ver con:
- el tipo, calidad, dinamismo,
diversificación y entrelazamiento de los procesos productivos que tienen
lugar en un determinado espacio económico nacional.
- la capacidad de una parte importante de ellos de autoimpulsarse y
autosostenerse de manera más o menos autónoma, induciendo procesos de
adaptación en su entorno inmediato y mediato.
En última instancia, y dado el alto grado de
entrelazamiento alcanzado por el conjunto de los espacios económicos del
planeta, esa diferencia entre desarrollo y subdesarrollo se expresa en la
composición del comercio exterior de los distintos países, que nos informa
claramente sobre lo que una economía está en condiciones de ofrecer al resto
del mundo y sobre lo que a su vez ésta demanda del resto del mundo para
sustentar sus actividades productivas y las condiciones de existencia de sus
habitantes. El contraste que, a manera de ejemplo, podríamos establecer a este
respecto entre las economías de Chile y de Suecia, países de dimensiones
físicas y poblacionales legítimamente comparables, permite apreciar bastante
bien el carácter cualitativo de la diferencia entre desarrollo y subdesarrollo
económico:
Básicamente, Chile hoy sólo está en condiciones de
venderle al mundo productos con escaso grado de procesamiento procedentes de
sólo cuatro sectores básicos: la minería, la silvicultura, la fruticultura y la
pesca. Es decir, productos fuertemente dependientes de su dotación de recursos
naturales y de sus condiciones agroclimáticas, siendo por lo demás claro que
con las políticas actualmente en aplicación difícilmente podrá modificar esta
situación a futuro.
Suecia, en cambio, le ofrece al mundo un siempre
creciente y variado repertorio de productos industriales de alta tecnología,
que son los propios y característicos de las formas y estilos de vida del
presente: una variada gama de automotores y maquinaria pesada,
máquinas-herramientas, centrales nucleares, dispositivos de telecomunicaciones,
rodamientos de acero de máxima calidad, sistemas de empaque industrial,
instrumentos de precisión y sofisticados sistemas de armas.
En efecto, tras el proceso de apertura y
reprimarización de su economía experimentado a partir de la aplicación de las
políticas neoliberales desde el golpe de Estado de 1973, en torno a un 90% del
valor de las exportaciones de Chile está constituido por productos primarios
sin o con un escaso grado de elaboración, porcentaje que se ha mantenido
bastante estable a lo largo de las últimas décadas. Así lo ilustran claramente
los datos de la siguiente tabla elaborada con cifras de la CEPAL:
Composición del valor de las exportaciones chilenas |
||
por tipo de producto |
||
|
1992 |
2007 |
Productos Primarios |
37,70% |
37,10% |
BI basados en Recursos Naturales |
49,90% |
53,40% |
BI de Baja Tecnología |
3,20% |
1,40% |
BI de Tecnología Media |
3,90% |
4,50% |
BI de Alta Tecnología |
0,50% |
0,40% |
Otras transacciones |
4,90% |
3,10% |
Total |
100% |
100% |
Fuente: CEPAL STAT ( BI = Bienes industriales ) |
Entendiendo de esta manera, vale decir en términos de las capacidades productivas disponibles por un determinado espacio económico3 y su articulación con los demás, tanto el desarrollo como el subdesarrollo, los anuncios formulados por los sucesivos gobiernos chilenos no tienen ninguna base de sustentación efectiva. Son mera retórica de fuegos de artificio. La realidad maciza en que se sustenta la diferencia entre desarrollo y subdesarrollo económicos -que no es básicamente entre riqueza y pobreza sino entre independencia y dependencia productiva y que por ello conlleva relaciones de dominio y subordinación- no se verá alterada en lo más mínimo por el solo hecho de que el país pudiese alcanzar la meta estadística proyectada de ingreso por habitante. En este contexto, la alusión a la posición alcanzada por Chile en el IDH solo sirve para confundir y escamotear el verdadero problema, obligando a hacer presente de pasada una duda más que razonable sobre la validez de la metodología con que dicho índice es elaborado.
¿QUÉ POSIBILIDADES DE DESARROLLO EXISTEN HOY PARA UNA ECONOMÍA PRIMARIO-EXPORTADORA COMO LA CHILENA?
Definida la diferencia entre desarrollo y
subdesarrollo en los términos en que lo hemos hecho, cabe preguntarse ahora por
las posibilidades de desarrollo para países o economías
primario-exportadoras como la chilena. Pero ello, a su vez, nos lleva a
interrogarnos por las causas de este subdesarrollo industrial
y tecnológico, y no sólo en el caso específico de un país como Chile, sino
asumiendo también que se trata de una problemática que corresponde a un
fenómeno más general y característico de la época en que vivimos. No hay que
olvidar que éste es, por sus rasgos definitorios, un campo de estudio
enteramente contemporáneo, que ha irrumpido de manera sistemática en las
ciencias sociales establecidas hace sólo poco más de medio siglo y en virtud de
sus ostensibles implicancias políticas en el contexto de la «guerra fría».4
Al dejar de lado las explicaciones más burdas,
portadoras de fuertes tintes etnocéntricos, el mapa del subdesarrollo guarda
correspondencia con el de las regiones que en su momento estuvieron sujetas al
dominio colonial. Cabe preguntarse entonces ¿es el subdesarrollo explicable
como una herencia de la dominación colonial ejercida durante un largo espacio
de tiempo por las potencias europeas sobre el resto del mundo? Ese factor es,
indudablemente, parte fundamental de la explicación, pero no se puede pasar por
alto que Estados Unidos constituyen, a este respecto, una importante excepción
y que en la mayor parte de los demás casos el subdesarrollo se ha visto
reproducido y amplificado de manera persistente luego de que el vínculo de la
subordinación colonial fue roto. ¿Es entonces el resultado de la indolencia e
incompetencia de los sucesivos gobiernos que no han atinado a poner en pie las
políticas de desarrollo apropiadas? Esto, que a su vez requeriría ser
explicado, a lo más podría servir para comprender la suerte de uno u otro país
en particular, pero no el fenómeno mismo del subdesarrollo en términos
globales.
Es precisamente este tipo de ceguera de perspectiva
la que padecen las voces críticas que actualmente se alzan en el marco del
pensamiento económico convencional (Stiglitz, Krugman, Ffrench-Davis y otros),
que suelen subrayar, a lo más, como posible solución, la necesidad de mantener
un Estado activo a través del diseño e implementación de políticas
macroeconómicas y sociales adecuadas y constatar el fracaso experimentado en
este sentido por el paradigma neoliberal. Pero no van al fondo del problema.
Las descripciones acerca de la realidad económica y social que ofrecen los
documentos de los organismos técnicos internacionales, como la CEPAL, si bien
frecuentemente certeras y pormenorizadas, se limitan a los aspectos más directa
e inmediatamente observables y lo hacen como si se estuviese aludiendo a
fenómenos puramente naturales, que simplemente ocurren, sin que ellos respondan
a la voluntad o intereses de los sujetos sociales y a las relaciones de poder
existentes entre estos. La crítica y las propuestas se limitan a juzgar la
pertinencia, mayor o menor, del modo como se reacciona frente a tales
acontecimientos a objeto de mitigar sus efectos adversos y aprovechar mejor las
oportunidades que conllevan. Circunscriben su análisis, por tanto, al mejor
modo de adaptarse a un entorno social -más precisamente a un orden social- que
se supone, en su esencia, inmodificable.
Es por ello que en sus propuestas, si bien se busca
poner límites a la discrecionalidad con que actúan los poderes fácticos del
capital, postulando un fortalecimiento de las instituciones que permita resguardar
los “intereses de la nación”, no se llega nunca a cuestionar la propia
legitimidad de esos poderes que condicionan hoy, de una manera absurda -por lo
abismal y escandaloso de las desigualdades sociales existentes- no sólo el
presente sino también las perspectivas de futuro de los pueblos. Así, si bien
se reivindica el principio de la soberanía popular, se lo hace sólo de una
manera formal, sin atreverse a sostener que ella debiese extender su imperio
también sobre las decisiones económicas clave. Pero esto significa que, si los
problemas de fondo derivan de la propia naturaleza del sistema económico
imperante, y no simplemente de la «calidad de las instituciones»5 y, consecuentemente, de un mal diseño de
políticas macroeconómicas o de su deficiente implementación, entonces la propia
crítica que surge desde organismos como la CEPAL no solo no está dando en el
blanco sino que está, objetivamente, contribuyendo a desviar la atención de los
problemas de fondo.
Apreciados desde una perspectiva histórica
suficientemente amplia y global, es completamente incuestionable que el
desarrollo y subdesarrollo económicos resultan ser, como lo sostuvo en su
oportunidad André Gunder Frank (1969), “las caras opuestas de la misma
moneda”, es decir, del mundo que se fue configurando a lo largo de los dos
últimos siglos con el establecimiento y expansión dinámica del capitalismo a
escala mundial. La sola amplitud y persistencia del fenómeno indican que no se
trata de algo fortuito ni atribuible a factores puramente contingentes. Por el
contrario, se torna obligado concluir que se trata de un resultado al que
inevitablemente conduce el criterio de racionalidad económica que impulsa y
orienta el desarrollo del sistema económico-social imperante, vale decir el
capitalismo. Ese criterio de racionalidad económica no es otro que la continua
e ininterrumpida valorización del capital, fruto y expresión de la apropiación
privada de la riqueza socialmente producida, precisamente en la época en que la
posesión de la riqueza material se ha transformado ya en la base del poder social.
La relación social que sirve de base al capitalismo
como modo de producción y a su dinámica expansión, es decir, la relación
trabajo asalariado/capital, permite potenciar de un modo nunca antes visto
-sobre todo desde que se abre paso el explosivo desarrollo del maquinismo- la
capacidad de generar trabajo social excedente, que es lo que en realidad nutre
el proceso de valorización del capital. Este, a su vez, parapetado tras
discurso político de igualdad de derechos va erosionando hasta su disolución definitiva
la vieja sociedad estamental, al mismo tiempo que impone, consolida y
acrecienta permanentemente la primacía del interés particular de los muchos
capitales individuales sobre el interés social en la toma de las decisiones
económicas, abriendo paso a una creciente diferenciación, tanto a escala
nacional como mundial, en torno a un polo de riqueza y otro de pobreza.
Esto último se produce porque la imposición de
dicho criterio de racionalidad económica como eje articulador del proceso a
través del cual las fuerzas productivas logran experimentar un ininterrumpido y
vertiginoso desarrollo, ampliando los mercados y diversificando la producción,
exacerba la competencia entre los diversos agentes económicos individuales por
imponerse frente a sus rivales en una suerte de guerra larvada permanente. El
incremento constante de la productividad del trabajo aparece entonces como la
vía más segura para alcanzar ese objetivo y obtener las ganancias
extraordinarias que los capitalistas, por la propia lógica del sistema
económico del que participan, son impelidos a buscar de manera incesante.
Pero los vencedores no solo aventajan a los
vencidos en esta despiadada competencia, capturando importantes fuentes de
ganancias extraordinarias, sino que además van desplazándolos sistemáticamente
de las actividades económicamente más promisorias y relegándolos a una
situación subordinada. En ese contexto económico social, y más allá de las
circunstancias históricas que le han dado su actual fisonomía, resultaba
inevitable el establecimiento de un definido esquema de división internacional
del trabajo en el que, contradiciendo las previsiones optimistas de Ricardo,
pero en plena correspondencia con el carácter explotador del modo de producción
capitalista que proyecta su sello sobre las relaciones de intercambio, los
resultados del esfuerzo productivo se distribuyesen de manera marcadamente
desigual.
Quedan así trazadas en el marco del capitalismo, de
manera más o menos permanente desde hace aproximadamente un siglo, las
fronteras geográficas, sociales y productivas entre un centro industrial
dinámico, asentado sobre bases tecnológicas y financieras cada vez más sólidas,
y una periferia cuyas actividades productivas son económicamente dependientes y
enteramente funcionales a los requerimientos de dicho centro. El desarrollo
capitalista, fundado en la explotación del trabajo, revela claramente así su
carácter estructuralmente desigual y “combinado”.
No se trata, por cierto, de una dicotomía polar
absoluta, y no podría serlo cuando lo que se trata de captar a través de un
razonamiento puramente teórico es el significado profundo de una realidad
económica y social sistémica tan diferenciada, compleja y dinámica como la del
mundo contemporáneo. Pero es algo que resulta claramente discernible a través
de comparaciones como la que hacíamos más arriba entre la oferta exportable de
una categoría de países y la otra. El espectro de diversificación, nivel de
productividad y grado de complementariedad interna de los procesos productivos
que tienen lugar en un determinado espacio económico nacional, así como las
características de su inserción en el mercado capitalista mundial, son
sumamente variados de país a país. A pesar de ello, la distinción entre centro
imperialista y periferia dependiente sigue siendo una parte esencial en la
descripción y explicación del fenómeno.
Sin duda, es posible diseñar también una especie de
ranking con respecto a los aspectos antes señalados, estableciendo así un
ordenamiento con diferencias de grado entre la situación de los diversos
países, tanto del centro como de la periferia. Buscando captar de mejor manera
tales diferencias, se puede postular una cierta variedad de subcategorías, como
por ejemplo la de periferia integrada, de la que participarían las economías ricas
pero dependientes, frente a otra periferia con nexos económica y socialmente
más débiles con el centro, con mayores niveles de pobreza y exclusión social,
situación en la que se encuentran por ejemplo en la actualidad la mayor parte
de los países de Africa. Y es cierto también que la creciente relocalización de
los procesos productivos por las Empresas Transnacionales van tornando algo
borrosas estas fronteras, dados los procedimientos usualmente utilizados para
reunir y presentar la información empírica y la tendencia a considerar solo los
aspectos superficiales del problema. Pero aun así, la diferencia de fondo
permanece.
Además, la tendencia del desarrollo capitalista a
concentrar y centralizar el capital no adquiere una expresión en términos
puramente geográficos, puesto que a partir de cierto momento el gran capital se
ve en la necesidad de salir a conquistar al mundo para poder proseguir su
expansión. Se pone en marcha, entonces, un proceso de gradual colonización de
los espacios económicos nacionales de la periferia por el gran capital de los
centros industrializados que se traduce en una progresiva extranjerización de
aquellos espacios, acrecentando así su dependencia y vulnerabilidad, puesto que
los centros de decisión económica claves comienzan a estar radicados fuera de
los mismos y operando sobre la base de sus intereses imperialistas. Ello, a su
vez, añade a los mecanismos del intercambio desigual, que opera a través de los
circuitos de la circulación de mercancías, los de la exacción directa del
plusvalor generado en las economías periféricas, acrecentando así,
sustancialmente, el drenaje de recursos desde éstas hacia el centro. En el caso
de Chile, las cifras oficiales de los principales agregados macroeconómicos
permiten apreciar claramente esta continua pérdida.
PRINCIPALES AGREGADOS MACROECONÓMICOS |
|||||
en millones de pesos a precios del año anterior encadenado |
|||||
Año |
PIB |
PNB |
PIB-PNB |
INBD |
PIB-INBD |
2008 |
93.847.932 |
87.102.053 |
-6.745.879 |
88.625.492 |
-5.222.440 |
2009 |
92.875.262 |
86.849.159 |
-6.026.104 |
87.732.277 |
-5.142.985 |
2010 |
98.227.638 |
91.212.946 |
-7.014.692 |
93.395.545 |
-4.832.093 |
2011 |
103.963.086 |
97.846.389 |
-6.116.697 |
99.151.688 |
-4.811.398 |
2012 |
109.558.126 |
104.624.411 |
-4.933.716 |
105.621.299 |
-3.936.827 |
2013 |
114.022.307 |
109.305.732 |
-4.716.575 |
110.400.488 |
-3.621.819 |
Fuente: Elaboración propia en base a
datos del Banco Central de Chile |
En este marco sistémico, las posibilidades de desarrollo realmente existentes para un espacio económico actualmente subdesarrollado en términos productivos, vale decir la posibilidad de una transformación económica que posibilite dejar de ser parte de la periferia y pasar a formar parte del centro, son prácticamente iguales a cero. Las experiencias clásicas no son ya en modo alguno emulables debido, precisamente, al carácter sistémico de las relaciones económicas del mundo actual (una sola economía globalizada que refuerza constantemente sus nexos internos) y a los criterios de racionalidad económica que rigen bajo el capitalismo, imponiendo los condicionamientos propios de un escenario fuertemente competitivo de la concentración y centralización de capitales resultantes del mismo (concentración y centralización que ha alcanzado niveles que, en el marco de este sistema, se evidencian ya prácticamente irreversibles).Es en este sentido que el desarrollo económico en su verdadero significado resulta ser hoy como meta sólo una suerte de espejismo, aunque ideológicamente continúe operando como un mito, según lo señalara muy acertadamente años atrás el destacado economista brasileño Celso Furtado (1975). En este contexto, en el marco del capitalismo, con su bien definido y coercitivo criterio de racionalidad económica, y bajo el falso supuesto de que el capitalismo como sistema fuese realmente sustentable en el largo plazo, para los países de la periferia solo quedarían abiertas dos posibilidades:
- aspirar a constituirse en
periferias estrechamente integradas a los centros, como lo son actualmente
algunas economías: Noruega, Australia y Nueva Zelanda.
- esforzarse a fondo en un persistente empeño por conquistar algún
nicho productivo de alto nivel tecnológico, posibilidad que puede ser bien
ilustrada con el ejemplo de un país como Finlandia.
Sólo que este último camino requiere de una clara
voluntad política, plasmada en una decidida intervención pública, que no
sintoniza con las políticas neoliberales actualmente en boga y que además
resulta ser, en definitiva, dado el escenario fuertemente competitivo en que se
sitúa, bastante incierto en sus resultados. Además, de resultar exitosa, esta
vía finesa de desarrollo solo podría serlo para algunos, dejando en pie la
realidad del subdesarrollo como rasgo característico del mundo contemporáneo.
En el marco de un sistema que por sus propias reglas del juego está llamado a generar
inexorablemente una pirámide de “ganadores” y “perdedores”, sólo a una ínfima
minoría le está reservada la posibilidad de ocupar algún lugar en la cima.
En todo caso, el camino que sigue hoy la economía
chilena, desde que se la forzó a amoldarse a las orientaciones vigentes ya por
casi cuatro décadas, es claramente el primero. Se ha buscado convertir a Chile
en una periferia lo más estrechamente integrada y funcional posible a los
centros hegemónicos del capitalismo mundial. Es decir, en un espacio económico
dócil a los requerimientos e intereses del gran capital transnacional y con
autoridades suficientemente “confiables” de acuerdo a los estándares fijados en
tal sentido por los mismos círculos financieros internacionales. Todo ello
queda claramente reflejado en las orientaciones del “Plan Maestro”, dado a
conocer por el gobierno de Piñera para hacer de Chile un “país desarrollado
para el 2018” -y que son en lo esencial compartidas por todos los economistas
del establishment-, cuyo principal “incentivo” es, en definitiva,
el altísimo grado de desigualdad social prevaleciente en el país.
¿CÓMO ES POSIBLE LA LUCHA POR EL DESARROLLO EN LAS ACTUALES CONDICIONES DEL CAPITALISMO GLOBALIZADO?
¿Significa todo lo anterior que para la inmensa
mayoría de la humanidad las puertas del desarrollo se encuentran
definitivamente cerradas? En el marco del capitalismo, clara y categóricamente
sí, dada su naturaleza intrínsecamente competitiva, con sus efectos
inevitablemente contradictorios, expresados hoy en las abismales desigualdades
económicas y sociales imperantes a escala global. Pero el fracaso en este caso
no necesariamente significa quedar completamente excluido de los frutos del
progreso. Significa esencialmente sujeción a las condiciones que imponen los
vencedores, asumiendo los costos que ello involucra y buscando nuevas formas de
inserción en el sistema. En el caso de las burguesías nacionales del
continente, esto ha se ha traducido en el definitivo abandono de los proyectos
nacionales de desarrollo, asumiendo que llegaron demasiado tarde a esta carrera
y que carecen ya de toda posibilidad real de éxito.
Pero ni el capitalismo es el único modo posible de
organizar la vida de una sociedad en los tiempos que corren, ni el desafío del
desarrollo económico puede seguir siendo enfrentado en los términos en que
hasta ahora se ha hecho, vale decir, en el marco de proyectos de alcance
puramente nacional. Esto último, porque aun cuando ello se tornase socialmente
posible, superando los fuertes condicionamientos que hoy impone el sistema
capitalista mundial con sus asimétricas relaciones de poder, una acrecentada
expansión y proliferación de los procesos nacionales de industrialización en
función de modelos de consumo como los que actualmente prevalecen en los países
del centro conllevaría de manera inevitable un costo medioambiental que
resulta, en las condiciones de hoy, completamente insostenible. Por lo tanto,
continuar concibiendo el desarrollo económico en los mismos términos de las
experiencias clásicas, aun en el marco de un sistema social distinto, sólo
puede conducir a dolorosos callejones sin salida.
Ahora bien, ¿no resulta contradictorio sostener que
el desarrollo equivale al dominio de capacidades industriales, criticando sobre
esta base los falaces anuncios gubernamentales, y señalar luego que ello ya no
es posible ni deseable para un Estadonación sino sólo para el sistema global?
No, no lo es. Primero, porque tanto en la crítica al planteamiento hoy en boga
como en la perspectiva de desarrollo que proponemos el énfasis lo colocamos,
precisamente, en la necesidad de no resignarnos a aceptar los condicionamientos
estructurales que nos impone el desarrollo capitalista. Y segundo, porque a
partir de allí se hace consecuentemente necesario delinear una estrategia de
lucha por recuperar la soberanía de los pueblos en las decisiones económicas y
potenciar su capacidad de acción. Se trata de impulsar procesos de
democratización e integración económica regional, precisamente para contribuir
de manera activa y eficaz al cambio global que propugnamos, que excede
ampliamente el horizonte de objetivos trazado por la tímida agenda de reformas
impulsada por la CEPAL. El llamado es, por tanto, a examinar con efectivo y
crudo realismo la situación que encaramos, tanto a escala nacional como global,
y a asumir con una clara determinación los desafíos que ella nos plantea,
rechazando las voces de autocomplacencia o resignación.
Frente a la tenaz persistencia de formas de
pensamiento que la propia realidad ha tornado obsoletas, se hace necesario
subrayar con fuerza que la alternativa real a un capitalismo globalizado, que
se asienta y recrea permanentemente una abismal desigualdad social, que excluye
a una gigantesca porción de la humanidad de los frutos del progreso, en el
ejercicio abierto o solapado de una violencia política de carácter clasista e
imperial, que pisotea descaradamente la soberanía y derechos de los pueblos, y
en una voraz, desaprensiva y creciente depredación del medioambiente, que nos
arrastra a una catástrofe de incalculables proporciones, no puede ser ya una
mayor proliferación de los procesos de industrialización sobre la superficie
del planeta, sino más bien una lucha tenaz por la democratización global de la
sociedad que coloque los principales recursos y capacidades ya adquiridas
efectivamente al servicio del conjunto de la humanidad. En otros términos, la
real alternativa al injusto, violento e insostenible mundo que ha sido
edificado teniendo como criterio de racionalidad económica la valorización del
capital es el mundo justo, pacífico y seguro que puede y debe ser construido
teniendo como principal criterio de racionalidad económica la valorización de
la vida.
La situación a que nos enfrentamos hoy en el mundo
no puede ser más dramática y a la vez paradójica. Nunca los medios materiales y
los conocimientos técnicos disponibles han sido tan abundantes como ahora, pero
tampoco nunca la humanidad había experimentado el nivel de desigualdad, exclusión
social y amenazas a la vida e integridad de las personas que a escala global
hoy día conocemos. Los recursos y capacidades actualmente existentes son más
que suficientes para garantizar a todos los habitantes del planeta el acceso a
una vida digna, confortable y segura, pero los códigos sociales que impulsan y
orientan el accionar de los sujetos, reproduciendo y consolidando a cada paso
las estructuras de la desigualdad social impiden alcanzar ese objetivo. En
efecto, los recursos y capacidades se utilizan de un modo que es completamente
funcional a la reproducción ampliada de las estructuras de poder social
imperantes (sostenida expansión de los gastos militares, producción de
baratijas y artículos suntuarios y manipulación de las representaciones colectivas),
y no a una apropiada satisfacción de las necesidades materiales y espirituales
de la mayoría de la población, víctima silenciosa de la pobreza, las
enfermedades, la ignorancia, el autoritarismo y la violencia política ejercida
para desconocer sus derechos y la falta de oportunidades de trabajo remunerado.
Más aún, la implacable lógica del desarrollo
capitalista, que vulnera a cada paso los derechos, intereses y aspiraciones de
la inmensa mayoría de la población del planeta, está también arrastrando a la
humanidad en su conjunto, a pasos acelerados, hacia su propia autodestrucción.
Tal es el significado que reviste la formidable catástrofe ambiental que se
desarrolla actualmente ante nuestros propios ojos y sin que los gobiernos,
completamente dóciles a las estructuras de poder realmente existentes y a la
lógica de funcionamiento económico que éstas imponen, se muestren capaces de
adoptar las medidas que imperativa y urgentemente esta situación reclama. Nos
hallamos enfrentados así, a una muy grave y profunda crisis civilizatoria.
En estas condiciones, lo que se impone es llevar
tan lejos como sea posible un persistente esfuerzo democratizador que permita
politizar, centralizar y coordinar las decisiones económicas clave, superando
definitivamente los rígidos condicionamientos que el capital hoy día impone
sobre el desarrollo de las fuerzas productivas y la orientación en que lo
hacen. Esto significa, al revés de lo que suelen sostener hoy con gran
determinación los círculos gobernantes, los poderes fácticos empresariales y
todos aquellos que se desempeñan como sus “intelectuales orgánicos”, que la
resolución de los grandes problemas económicos y sociales del mundo actual no
se juega en un plano de decisiones ni exclusiva ni principalmente técnicas,
sino ante todo en el terreno de las decisiones políticas. En otros
términos, de aquél mismo tipo de decisiones que tan pronto asoman tímidamente
en las políticas económicas de algún gobierno suelen ser inmediatamente
descalificadas como “populistas”.
Por lo tanto, el problema de fondo que es
imperativa y urgentemente necesario abordar es, en definitiva, el de la
relación entre desarrollo económico-social y democratización de la sociedad en
todos los planos, lo que colocado ante la situación actual del mundo nos lleva
a plantearnos directamente la cuestión de los poderes fácticos que existen
actualmente y que gobiernan la economía desde las sombras, haciendo de los
procedimientos e instituciones democráticas un cascarón vacío que sólo cumple
un rol de legitimación formal de las relaciones de poder realmente existentes.
La soberanía popular como principio fundante de un ordenamiento democrático
pierde todo significado cuando se ve sometida a la extorsión permanente del
pequeño grupo de personas que hoy gobierna la economía y cuyos intereses
priman, por tanto, sobre los de la inmensa mayoría. Por lo tanto, es necesario
luchar por restaurar su verdadero significado, como el único capaz de asegurar
no sólo un sistema de toma de decisiones que sintonice cabalmente con los derechos,
intereses y aspiraciones de la mayoría, sino también con las demandas
«técnicas» de la mayor eficiencia y eficacia posibles en el uso de los recursos
disponibles.
Las grandes y absurdas desigualdades que imperan
hoy en el mundo, con amplios sectores de la población marginadas del acceso a
una vida decente, las grandes tensiones y conflictos que ellas inevitablemente
acarrean, tanto en un sentido vertical (ricos/pobres) como horizontal
(exacerbación de la competencia y de las rivalidades asociadas), la
desaprensiva destrucción del medioambiente natural, gatillada por una
insaciable búsqueda de ganancias, son los jinetes del apocalipsis capitalista.
El principio de la soberanía popular debe hacerse valer en todos los planos,
extendiendo también su dominio al campo de la economía, permitiendo gobernarla
en función de los intereses de la humanidad, y restringiendo, por tanto, el
ámbito de la acción económica individual al de los emprendimientos en pequeña y
mediana escala, con las debidas salvaguardas a los derechos de los trabajadores
y al bien común.
Es, por otra parte, evidente que las relaciones de
fuerza hoy imperantes en el mundo tornan extremadamente complejo e incierto en
su desenlace este desafío. Pero lo que en él se juega en este momento histórico
es mucho más que la vieja y sentida aspiración de construir y poder vivir en un
mundo más justo. Lo que el desarrollo anárquico y voraz de las inmensas fuerzas
productivas desatadas bajo el capitalismo está poniendo en juego es la
supervivencia misma de la humanidad y en plazos históricos que no dejan margen
posible a la incredulidad y la complacencia. Es necesario alzar la mirada y
colocarla a la altura del desafío a que nos enfrenta el tipo y nivel de
desarrollo que hemos alcanzado, al buscar contribuir activamente a la
generación de un cambio democratizador profundo y global. Debemos avanzar con
determinación desde una economía de la competencia global, de todos contra todos,
a una economía de la solidaridad global, de todos con todos,
decidiéndonos a dar los pasos concretos, grandes y pequeños, que efectivamente
nos lleven en esa dirección.
Se puede y se debe avanzar resueltamente, por
ejemplo, en la integración económica y política latinoamericana, para poder
“hablar con voz de pueblo continente” y defender con fuerza frente a los
grandes centros de poder imperantes en el mundo de hoy los derechos, intereses
y aspiraciones comunes de nuestros pueblos. Esto es algo que quienes nos
anuncian alegremente la llegada del paraíso del desarrollo para los próximos
años se han negado persistentemente a asumir, optando en cambio por la
docilidad frente a los actuales amos del mundo que en esa misma medida se
allanan a reconocer que Chile aparece ante sus ojos como “una buena casa en un
mal barrio”, como le gusta decir a los apologistas criollos del modelo.
En suma, se puede y se debe impulsar todas las
iniciativas que permitan acrecentar la soberanía de nuestro accionar para poder
fortalecer, no sólo a escala nacional sino también continental y mundial, la
lucha por una sociedad de efectivos derechos, prosperidad y seguridad
colectivos. Entre los objetivos que permiten direccionar el avance hacia la
construcción de un nuevo orden económico mundial, profundamente
democrático y solidario, se puede mencionar la necesidad de:
- Avanzar decididamente en la
integración económica y política del continente, a través de iniciativas
como el alba, Mercosur, Telesur; que buscan armonizar intereses y hacen
prevalecer los de los pueblos, para estar en condiciones de hablar ante el
mundo con una voz de “pueblo continente”.
- Lograr mayores márgenes de soberanía y autonomía económica y
financiera, intensificando el comercio intrarregional, fortaleciendo el
Banco del Sur, etc. y revirtiendo, además, los anteriores procesos de
desnacionalización (de recursos productivos y dolarización).
- Desarrollar imperativamente una capacidad de producción e
innovación tecnológica propia que le de sustento a los esfuerzos de la
región por afianzar su autonomía, al menos mientras en su entorno
prevalezca una economía global competitiva, como lo es la economía
capitalista.
- Orientar los esfuerzos productivos en una senda de desarrollo
sustentable, esforzándose no sólo por preservar, sino también por
recuperar el medioambiente de los daños a que ha sido sometido por el
crecimiento anárquico y depredador que detona la búsqueda de ganancias
privadas.
- Acometer, de una vez por todas y de manera decidida, la
impostergable tarea de superar las abismales desigualdades sociales
existentes en la región, que ostenta en la actualidad la deshonrosa
condición de ser la más desigual del planeta.
- Avanzar decididamente en la democratización de la vida política,
acrecentando el espectro y protección de los derechos políticos, generando
una mayor transparencia en el accionar de las autoridades y abriendo
también mayores espacios de participación ciudadana.
CONCLUSIONES
El actual desplome de los precios de las materias
primas, que en el caso de Chile, golpea fuertemente a su principal producto
exportable, parece haber disipado, de manera súbita, como pompas de jabón, los
anuncios triunfalistas sobre el próximo e inminente ingreso de Chile al selecto
club de los países desarrollados. Pero lo cierto es que tales anuncios nunca
tuvieron una base sólida en los hechos ni en un razonamiento mínimamente
riguroso, coherente y profundo sobre el real significado del desarrollo
económico. Lamentablemente Chile, como la mayoría de los países, no cuenta con
las credenciales que, en el marco del capitalismo, le permitan franquear esa
puerta. En consecuencia, tales vaticinios, avalados por el arrogante stablishment de
la profesión, respondieron exclusivamente al objetivo político inmediato de los
sectores sociales dominantes de asegurar, mediante la aceptación resignada de
sus políticas por parte de la población, los altos niveles de gobernabilidad
que sus expectativas de negocios necesitan para poder prosperar. Esta ha sido,
por lo demás, la tónica del discurso gubernamental chileno en los últimos
veinticinco años.
En el marco de un esfuerzo intelectual riguroso
dicho discurso se revela de inmediato carente de todo asidero y justificación.
La pretensión de reducir el desarrollo al mero crecimiento económico, aunque sea
“con equidad”, supone, en contravención a toda lógica, el infructuoso empeño de
subsumir un concepto más complejo y comprensivo en uno más simple y parcial.
Contar con un marco teórico y conceptual apropiado es la condición
primera, sine qua non, de un diagnóstico y de una solución
adecuada. Pero con la teoría del desarrollo económico ha acontecido algo
similar a lo sucedido un siglo antes con la economía política que, debido a su
preocupación por “la riqueza de las naciones”, se fue tornando cada vez más
molesta para el gran capital. Finalmente, careciendo de intereses propiamente
“políticos”, éste decidió hacerla a un lado y centrar su atención sobre un
horizonte exclusivamente micro. Lo mismo ha ocurrido con la teoría del
desarrollo. La razón puramente instrumental del gran capital
desplaza así del escenario a la razón sustantiva.
Lo que la ciencia social dominante no desea poner
en discusión, y por lo tanto, se esmera en invisibilizar, son las asimétricas
relaciones de poder imperantes bajo el capitalismo, claramente incompatibles no
sólo con el ideal democrático que impregna el discurso de legitimación del
orden social y político existente, sino también con cualquier solución racional
de los grandes problemas que encara actualmente la humanidad: la desigualdad
social, la exclusión y la pobreza, la proliferación de la violencia política
como expresión de los agudos conflictos de intereses que ello conlleva, la
catástrofe ambiental gatillada por el insaciable y depredatorio afán de lucro
como criterio dominante de decisión en materia de inversión del excedente
social acumulado. Sencillamente no se desea ver allí la causa real y profunda
de todos los grandes males que aquejan actualmente a la sociedad.
De manera similar, dichos anuncios gubernamentales
no se sitúan en el plano de un abordaje comprensivo de la problemática que
abordan sino que corresponden más bien a la resignificación banal de la misma
que se operó conjuntamente con el giro hacia las políticas neoliberales, dando
lugar a lo que se dio en llamar la “teoría del derrame”. Simplemente se asimiló
el concepto de desarrollo al de crecimiento o, en el mejor de los casos, al de
“desarrollo humano”, escamoteando por esta vía los problemas de fondo,
referidos a la desigualdad que fluye del régimen de explotación social
imperante. La asunción de estos problemas resulta ser demasiado onerosa para la
clase dominante en la medida en que lleva a cuestionar la conveniencia, y con
ello la legitimidad, de todo el orden social existente. Los apologistas del sistema
no tienen reparos en apelar entonces a los manidos artilugios semánticos del
“doblepensar”.
La profunda reacción conservadora que hemos
experimentado en el plano de las ideas, de la que la degradación del debate
sobre el desarrollo económico no es más que una expresión, no se explica, por
tanto, por la supuesta fortaleza teórica de las ideas neoliberales hoy
imperantes en el seno de la “ciencia económica”. En rigor, en el mejor de los
casos, las ideas neoliberales equivalen a lo que Marx calificaba con desdén
como “economía vulgar” (1867/1975:45). Se trata de un modo de razonar que,
en relación conesta problemática, se hace presente en el marco del viejo
paradigma de la modernización -al menos en sus versiones menos sofisticadas- y
también del más recientemente llamado “neoinstitucionalismo”. Un cambio de esa
envergadura y características en el clima intelectual prevaleciente sólo
constituye la manifestación ideológica de una profunda modificación de la
correlación de las fuerzas políticas y sociales a escala mundial.
Es ello lo que explica la virtual desaparición del
keynesianismo y, en un plano regional, el profundo viraje experimentado por las
orientaciones y análisis emanados de la CEPAL, que comienzan a evidenciarse
también tributarios de aquella impropia identificación entre desarrollo y
crecimiento. En rigor, cuando ésta da por irreversible la apertura comercial
bajo el capitalismo, está dando por perdida la batalla por el desarrollo,
porque ello equivale a cerrar cualquier posibilidad de un camino alternativo.
Utilizando la clásica metáfora de List, equivale a “quitar la escalera” por la
que en su momento algunos países lograron trepar hasta la cima del desarrollo.
Lo que ahora se levanta como orientación económica general no es más que el
espejismo de la competitividad capitalista como condición insalvable de
cualquier posible desarrollo productivo, en lugar de sostener que éste debiese
orientarse simplemente por la búsqueda de eficiencia productiva pero en el
marco de criterios de rentabilidad no predominantemente individual sino social.
Todo esto sólo destaca la imperativa y urgente
necesidad de reivindicar con fuerza el rol fundamental que está llamado a
desempeñar el despliegue de un pensamiento científico-social crítico. Un
pensamiento guiado por aquellas utopías que nos permiten examinar los grandes
problemas del presente y sus posibles soluciones no sólo en el estrecho marco
de lo que las cosas hasta aquí han sido y efectivamente son, sino también desde
la perspectiva, más comprensiva y promisoria, de lo que éstas podrían y
deberían llegar a ser a partir de lo que son, si tales problemas son examinados
y abordados en consonancia con aquellos grandes valores con los que la
humanidad hoy dice identificarse. Es la tarea y responsabilidad que, para ser
fiel a sí mismo, le corresponde reivindicar al pensamiento social
contemporáneo, abriendo paso a un claro y coherente proyecto histórico de transformación
social.
NOTAS
1 Dejando por ahora de lado la relevante cuestión de la propia pertinencia de la dupla conceptual desarrollo/subdesarrollo para dar cuenta de la real naturaleza del fenómeno examinado, algo que desde ya resulta sumamente cuestionable.
2 Lo cual también plantea el problema, usualmente soslayado, de la validez y confiabilidad de tales indicadores, cuestión que ya hemos abordado en otros textos.
3 Una interesante línea de investigación empírica, coincidente en cuanto a la descripción del fenómeno que examinamos con el enfoque de carácter sistémico, estructural y complejo aquí señalado -aunque no con su explicación más de fondo-, es la desarrollada por los académicos César Hidalgo y Ricardo Hausmann, el primero del MIT y el segundo de la Universidad de Harvard, autores del “Indice de la complejidad económica mundial”. Ver http://atlas.media.mit.edu/es/
4 “Fue en el día 20 de enero de 1949 que el Presidente Harry Truman, en su discurso inaugural delante del congreso, llamando la atención de su audiencia para las condiciones en los países más pobres, por primera vez definió a estas zonas como subdesarrolladas. De súbito un concepto aparentemente indeleble se estableció, apretando la inmensurable diversidad del Sur en una única categoría: los subdesarrollados.” (Sachs, 1999:28).
5 Tesis contenida en el libro de Acemoglu y Robinson Por qué fracasan los países, ampliamente difundido en todo el mundo por el stablishment académico.
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Como citar este artículo:
Gonzalorena,
Jorge (2017) "Problemas y perspectivas del desarrollo económico", ECONOMIA
UNAM, Vol.14 N°41, Mayo-Agosto, 110-129, México
[
http://revistaeconomia.unam.mx/index.php/ecu/article/view/14/419
]