INDICADORES DE DESARROLLO ECONÓMICO Y SOCIAL
INTRODUCCIÓN
La problemática del desarrollo económico y social constituye uno de los aspectos de la realidad social que por largos años ha concitado la atención de una parte importante de los cientistas sociales. Se trata, sin embargo, de una problemática particularmente compleja, que suscita un sinnúmero de interrogantes, cargadas de implicancias tanto teóricas como prácticas, y que mantiene abierta una controversia que alcanza incluso al propio significado del concepto, especialmente cuando circunscribimos la atención al examen del desenvolvimiento e interconexión de los procesos productivos: ¿Qué debemos entender, exactamente, por “desarrollo económico”?
Entre las numerosas cuestiones asociadas a esta problemática se halla la de los procedimientos usualmente utilizados o potencialmente utilizables para dimensionar la real envergadura que alcanza el fenómeno en la realidad. ¿Cómo “medir” el grado de desarrollo logrado efectivamente por una economía? ¿Son suficientemente satisfactorios los criterios y procedimientos que actualmente se utilizan con esta finalidad? Una pregunta aparentemente tan inocente como ésta nos sumerge inevitablemente de lleno en la controversia.
Sin pretender hacernos cargo de ella en todos sus aspectos, lo que nos interesa en una primera instancia es examinar críticamente la validez y confiabilidad de los indicadores más ampliamente utilizados en la actualidad, tanto por los gobiernos como por los principales organismos económicos internacionales, para dimensionar los niveles de desarrollo económico y social alcanzados por los distintos países.
En este artículo se realizará una breve presentación de los indicadores usuales acompañándolos de las consideraciones que estimamos pertinentes, especialmente las referidas a los principales reparos que cabe formular con respecto de ellos, sea en términos de sus premisas, metodología o fecundidad. Se intentará esbozar al mismo tiempo una línea de trabajo para la eventual construcción de indicadores capaces de expresar de modo más claro y preciso, con los niveles de validez y confiabilidad deseables, esta compleja realidad.
EL PIB Y EL PNB COMO INDICADORES DE DESARROLLO
En general, se suele aceptar que lo que marca realmente la diferencia entre las distintas economías nacionales en cuanto a su nivel de desarrollo es la productividad con la que emplean sus recursos productivos, es decir su dotación de riquezas naturales, capacidades humanas y equipamiento. No obstante, resultando extremadamente difícil asignar valores precisos a esta variable, se suele recurrir en la práctica al procedimiento más simple de calcular el valor del producto nacional bruto (PNB) o del producto interno bruto (PIB) como indicadores de desarrollo.
Como es sabido, tales indicadores registran el valor monetario de todos los bienes y servicios finales producidos por una economía en el lapso de un año. No obstante, hay que tener presente que las discrepancias entre los resultados que arrojan estos dos indicadores pueden llegar a ser bastante significativas.
“El PNB de un determinado país puede ser muy inferior a su PIB si gran parte de los ingresos derivados de la producción se distribuye a personas o empresas extranjeras. En 1994 por ejemplo el PNB de Chile era 5% menor que su PIB. Si en cambio ciudadanos o firmas de un país perciben grandes ingresos de acciones y bonos de otros Estados o empresas en el exterior, suele ocurrir lo contrario: el PNB puede ser superior al PIB. Tal fue el caso de Arabia Saudita en 1994, cuando el PNB superó al PIB en 7%” (Banco Mundial, 2000, Cap.II)
Desde luego, los montos globales del PIB y del PNB deben ser dividirlos por el número de los habitantes de cada país. Sólo así, como PIB o PNB per cápita es posible hacerse una primera idea de la cantidad aproximada de bienes y servicios que cada persona de un país podría comprar en el lapso de un año si los ingresos fuesen repartidos en forma equitativa, lo que, como se sabe, está muy lejos de ocurrir en la práctica.
Además, para realizar comparaciones apropiadas se hace aún necesario corregir las paridades nominales derivadas del tipo de cambio mediante un factor de conversión que permita establecer una paridad real de los ingresos en términos del efectivo poder adquisitivo del signo monetario en los respectivos espacios económicos nacionales. Es la llamada “paridad de poder adquisitivo” (PPA) que “indica el número de unidades de la moneda de un país necesario para adquirir la misma cantidad de bienes y servicios en el mercado local que se podrían comprar con un dólar en los Estados Unidos. El PNB ajustado en función de la PPA permite entonces comparar mejor el consumo o los ingresos medios entre distintas economías” (Banco Mundial, 2000, Cap.II).
En los países pobres, el PIB real per cápita suele ser más alto que el PIB nominal per cápita, y en los países ricos, más bajo. Ello es expresivo del hecho de que el poder de compra interno de las monedas suele ser en los países pobres mayor que su poder de compra externo y en el caso de los países ricos suele suceder lo contrario. Partiendo del enfoque de la PPA la revista inglesa The Economist ha llegado incluso a popularizar al “Big Mac” como indicador del valor relativo de las diversas monedas. Todo esto implica que la diferencia entre los ingresos reales per cápita de los países desarrollados y en desarrollo suele ser menor que la diferencia entre los ingresos nominales per cápita, debido a las diferencias de precios en los productos de consumo de origen nacional.
Siendo numerosas las objeciones que desde hace bastante tiempo se vienen levantando al uso del PIB y/o del PNB como indicadores de desarrollo, una de las voces críticas más autorizadas y reconocidas es la del Programa de las Naciones Unidas para el desarrollo (PNUD). Tanto es así que el PNUD no sólo llegó a estimar imprescindible la elaboración de un indicador alternativo sino que también lo desarrolló y comenzó a aplicarlo desde 1990: el índice de desarrollo humano (IHD).
Según este organismo, aun corrigiendo sus actuales omisiones e inconsistencias, el PIB y el PNB jamás podrán ser una medida útil de desarrollo, entendido como nivel de bienestar humano, por la muy simple razón de que el criterio en que se basan no es apropiado para ese objetivo: el PIB y el PNB sólo se orientan a medir los medios (la producción de bienes y servicios), pero no los fines últimos de la actividad económica (el bienestar de las personas)
Además la metodología de cálculo utilizada para estimar el PIB y el PNB exhibe numerosas inconsistencias y limitaciones entre las cuales el Informe sobre desarrollo humano del PNUD del año 1996 (Recuadro 2.5, p.64) destaca las siguientes:
1. sólo registra los intercambios monetarios, ignorando la gran cantidad de trabajo que se realiza en el seno del hogar y de la comunidad (estimado en 2/3 del trabajo femenino y 1/4 del trabajo masculino)
2. considera en los mismos términos la producción de “bienes” (como la atención de los niños y los ancianos) y de “males” (como la manufactura de cigarrillos o armas químicas)
3. suma a la producción de males la de los medios y acciones remediales que ellos demandan (el sobreconsumo de alimentos o de alcohol y las terapias que luego se requieren)
4. asume que los recursos naturales son gratuitos, ignorando la degradación ambiental, la contaminación y el progresivo agotamiento de los recursos
5. no asigna valor al tiempo libre de las personas, sea que lo ganen (aun a expensas de un menor ingreso) o que lo pierdan (por la necesidad de trabajar horas extra o de tener una segunda ocupación)
6. tampoco considera el valor de la libertad, los derechos humanos o la participación, con lo que resulta perfectamente compatible un alto nivel de ingreso con condiciones de virtual esclavización de las personas
De estas objeciones, todas ellas contundentes, una de las más importantes es la que apunta a la, a veces extrema, desigualdad existente en la distribución del ingreso, lo que invalida la consideración de este indicador como una señal de bienestar. En efecto, como es fácil de entender, un mismo ingreso promedio por habitante puede ser expresivo de realidades humanas y sociales muy distintas. Además, como el indicador que se estima significativo es el PIB o PNB por habitante, es decir un promedio estadístico, se hace merecedor de todas las conocidas objeciones metodológicas que le restan validez cuando la población a la que alude exhibe una distribución clara y persistentemente asimétrica.
Pero en el plano estrictamente económico, la impugnación mayor que puede hacerse a tales indicadores es la que deriva del hecho de que un mismo nivel de ingreso puede dar cuenta también de realidades que no admiten comparación posible desde el punto de vista de las fortalezas o vulnerabilidades del aparato productivo existente en el marco de los Estados nacionales. Por ejemplo, podría indicar en un caso la existencia y explotación intensiva de una gran riqueza natural (petróleo) como sustento de una economía monoexportadora, y como tal escasamente diversificada, altamente dependiente y muy vulnerable a los vaivenes de la economía mundial y en otro ser expresiva de una acumulación de recursos financieros, técnicos y tecnológicos, abundantes y variados, con un alto grado de dinamismo y sustentabilidad económica propia
En consecuencia, más allá del mero registro contable en términos agregados que nos suministra el PIB, y de las objeciones que pueden hacérsele en términos de su capacidad de medir calidad de vida, se hallan las importantísimas diferencias cualitativas en cuanto a estructura y dinamismo que de hecho existen en el seno de la economía mundial entre los diversos espacios económicos nacionales que confluyen en su constitución
Otras objeciones, que se hallan entre las más recurrentes en los últimos años, son las que tienen que ver con la preservación del medio ambiente natural. Una de las mayores críticas apunta a que en las cuentas nacionales se registran actividades que incrementan el PIB pero sin considerar que muchas de ellas conllevan una clara y a veces irreversible disminución del patrimonio natural, lo cual pone claramente de relieve la existencia de incongruencias no sólo metodológicas sino también teóricas en el instrumental de contabilidad vigente.
El tratamiento que se le da a la pérdida de los bienes industriales en términos contables, en el marco de la actividad económica privada, es muy distinto al que se suele dar a los bienes naturales. En efecto, cada empresa sabe que debe amortizar el valor monetario de los bienes empleados, pudiendo usar luego esos recursos para su reposición o bien para iniciar otra actividad. Sin embargo, tratándose del medioambiente no se suele aplicar una amortización similar, orientada a compensar las pérdidas que le ocasionan los procesos productivos. Se actúa, simplemente, como si la naturaleza constituyese una fuente inagotable de recursos.
La metodología tradicional no suele considerar tampoco en la forma debida los gastos en que se debe incurrir para evitar o remediar los efectos negativos ocasionados por el proceso productivo sobre el medioambiente. Por el contrario, acostumbra a incorporarlos a la contabilidad como si ellos implicasen un incremento real de la riqueza, cuando, en rigor, deberían ser restados.
Para alcanzar un cierto grado de validez como indicador de incremento de la riqueza de un país, el PIB debería internalizar aspectos tales como la eliminación de residuos, los gastos médicos para combatir males respiratorios ocasionados por la contaminación del aire, etc. Pero para ello habría que ver a la economía como un sistema inmerso en un océano de externalidades positivas y negativas difícilmente valorables con exactitud.
Tampoco se han desarrollado esfuerzos para establecer criterios claros que permitan estimar la asignación intergeneracional más conveniente de los recursos naturales agotables. En consecuencia, la sustentabilidad sugiere un sinnúmero de problemas de compleja solución que exceden ampliamente la discusión metodológica sobre el modo en que se llevan a cabo actualmente las cuentas nacionales.
LA BUSQUEDA DE CRITERIOS ALTERNATIVOS
El PIB y el PNB se revelan, en suma, como indicadores doblemente engañosos puesto que, por una parte, la distribución de los frutos del crecimiento está lejos de ser equitativa, y por la otra, el proceso productivo viene acompañado de una indolente destrucción de los recursos naturales. A ello hay que añadir la dificultad de realizar comparaciones entre países debido a las distorsiones que se generan en el plano financiero y que se expresan en los tipos de cambio oficiales.
Ello ha motivado un creciente interés por corregir los sesgos que exhiben los indicadores tradicionalmente utilizados en la medición de los resultados de la actividad económica, lo cual se ha traducido ya en numerosas propuestas. Sin embargo, subyace a todas ellas, como ya se ha dicho, una interrogante mayor que, dada su inherente complejidad, lamentablemente no es fácil de responder y mucho menos de consensuar: ¿qué se quiere significar cuando se alude al "desarrollo" de un país? ¿cómo determinar qué países tienen un mayor o menor grado de desarrollo relativo?
Como se indica en el estudio antes citado del Banco Mundial (2000, Cap.I), decir qué países son más ricos o más pobres es algo bastante más sencillo. Sin embargo, se debe tener en cuenta que los indicadores del volumen de recursos existentes en una sociedad, no proveen información sobre un sinnúmero de cuestiones importantes: no nos dicen si la distribución del ingreso entre los diversos grupos sociales es más o menos equitativa, ni cómo y en qué medida en definitiva se emplean los recursos disponibles en función de los problemas e intereses mayoritarios de la población, ni nos informan tampoco acerca de cómo se resguarda el medio ambiente natural de los efectos negativos que sobre él pueden tener la producción y el consumo.
Ello explica que puedan existir a veces profundas diferencias en la calidad de vida de la gente que vive en países que exhiben niveles de ingresos medios similares o que pueda darse incluso el caso de personas que viviendo en países con un ingreso per cápita relativamente menor puedan gozar a veces de una calidad de vida superior al de personas que viven en países con un ingreso per cápita superior. De allí que, siendo indudable que el crecimiento económico mejora las posibilidades de resolver los principales problemas sociales, sean numerosos los casos en que aquél no va acompañado de una mejora equivalente del nivel de vida de las personas, alcanzándose a veces a expensas de una mayor desigualdad económica y social, altos grados de opresión política, una progresiva pérdida de la identidad cultural o la indolente devastación de los recursos naturales.
Es indudable que un crecimiento económico de características semejantes resulta insostenible en el largo plazo, tanto por razones medioambientales como por razones puramente económicas, en la medida en que va abriendo una brecha cada vez mayor entre la producción y el consumo. A este respecto resulta ilustrativa la situación que constata el Informe sobre desarrollo humano de 1996:
"En el período 1960-1992, de los países que se encontraban en situación de desarrollo desequilibrado con un desarrollo humano lento y un crecimiento económico rápido, ninguno logró efectuar la transición hacia un círculo virtuoso en que pudieran reforzarse recíprocamente el desarrollo humano y el crecimiento" (PNUD, 1966:94)
En consecuencia, la ausencia de desarrollo humano termina convirtiéndose a la larga en una barrera infranqueable al propio crecimiento económico. Este es un aspecto clave que una visión compresiva del desarrollo económico no puede pasar por alto.
INDICADORES COMPUESTOS DE DESARROLLO
En virtud de las vulnerabilidades señaladas del PIB como indicador de desarrollo, algunos estudios de organismos internacionales y centros académicos se han esforzado por elaborar nuevos métodos orientados a integrar los datos sobre el ingreso medio con otros datos que sean expresivos de las condiciones de vida de las personas, particularmente aquellos referidos a los niveles medios de salud y educación, con el propósito de encontrar una mejor forma de medir los niveles de desarrollo alcanzados. Entre tales métodos se pueden mencionar:
a) los "diamantes" del Banco Mundial
Tras agrupar a los países en distintas categorías según su nivel de ingreso promedio, los especialistas del Banco Mundial han desarrollado una metodología que busca representar gráficamente, mediante el trazado de polígonos de cuatro puntas en torno a ejes perpendiculares, las relaciones existentes entre un número equivalente de indicadores socioeconómicos de un país dado. El trazado resultante (el “diamante”) se compara luego con los promedios correspondientes a cada indicador en el grupo de países en que aquél ha sido clasificado. Dichos indicadores son la esperanza de vida al nacer, la tasa bruta de matrícula primaria (o secundaria), el acceso al agua potable y el PNB per cápita.
En consecuencia, los trazados situados fuera del diamante de referencia indican niveles de logro mejores que el valor promedio del grupo, mientras que los trazados que caen dentro del diamante de referencia señalan un resultado inferior al promedio (Banco Mundial, 2000, Cap. XV). Dado, sin embargo, que los diamantes se trazan utilizando índices basados en indicadores promedio para grupos diferentes de países por nivel de ingreso (alto, medio-alto, medio-bajo y bajo), resulta imposible comparar visualmente los logros en materia de desarrollo de países pertenecientes a distintos grupos, lo que claramente constituye una de las principales desventajas de esta metodología.
b) el Indice de Desarrollo Humano (IDH)
Desde 1990 los especialistas del PNUD vienen utilizando como indicador compuesto del desarrollo el "índice de desarrollo humano". Este índice ha sido construido a partir de un promedio simple de tres índices que reflejan los resultados de un país en materia de:
1. salubridad,
medida por la esperanza de vida al nacer
2. educación,
medida según la alfabetización de adultos y la matrícula total en los niveles
primario, secundario y terciario
3. nivel de consumo, medido por el PIB per cápita ajustado en función de la paridad del poder adquisitivo
Para calcular el índice se establecen respecto de cada uno de los indicadores los valores máximos y mínimos siguientes:
- esperanza
de vida al nacer: 25 años y 85 años
- tasa
de alfabetización de adultos (15 o más años de edad): 0% y 100%
- tasa
bruta de matrícula combinada: 0% y 100%
- PIB per cápita (PPA en dólares): 100 dólares y 40.000 dólares (PPA en dólares)
Respecto de cualquier componente del IDH es posible computar entonces índices individuales aplicando la fórmula:
valor xi efectivo – valor xi mínimo
Indice = ----------------------------------------------
valor xi máximo – valor xi mínimo
log y – log y min
W (y) = ----------------------------------
log
y max – log y min
Los resultados en cada uno de estos aspectos buscan reflejar los progresos realizados por cada país en la consecución de objetivos preestablecidos como norma y que aún ningún país ha podido alcanzar cabalmente, tales como una esperanza de vida de 85 años, la alfabetización del 100% de los adultos, una matrícula del 100%, etc.
Según lo expresa el estudio del Banco Mundial (2000, Cap. XV) antes citado, la ventaja del IDH frente al método de los diamantes de indicadores es que permite ordenar a todos los países en función de sus logros en cuanto a desarrollo humano. La desventaja es que no permite apreciar con claridad la incidencia relativa de sus diferentes componentes en un determinado resultado o comprender por qué el índice de un país se modifica a través del tiempo (si, por ejemplo, ello obedece a un cambio en el PNB per cápita o a un cambio en el índice de alfabetización de adultos).
Cabe destacar que al incorporar a la medición dimensiones tales como la salud y la educación el IDH permite obtener resultados en cuanto al grado de desarrollo de un determinado país que difieren, a veces en forma notable, de la alcanzada según el PNB o el PIB real per cápita. Ello da cuenta del éxito (o el fracaso) de un país en cuanto a trasladar los beneficios del crecimiento económico a la calidad de vida de la población. Una diferencia positiva indica que ha alcanzado mejores resultados en términos de desarrollo humano que de ingreso per cápita y una diferencia negativa señala lo contrario.
Sin embargo, no hay que perder de vista que el IDH sólo intenta comparar los niveles medios de vida alcanzados por los distintos países y no la fortaleza relativa de sus respectivas capacidades productivas, para lo cual la propia Comisión de Estadística del Consejo Económico y Social de la ONU (2000:44) reconoce que el PIB calculado en base al dólar valor de mercado (y no al dólar PPA) como unidad de medida continúa siendo, a pesar de todos los reparos, un mejor indicador que el IDH.
Tampoco se debe pasar por alto que el modo como el IDH incorpora la variable ingreso a la medición resulta cuestionable incluso en función de su propio objetivo de dimensionar el nivel de desarrollo humano alcanzado dada por una parte la discrecionalidad del criterio de “aplanamiento” de las diferencias así como del procedimiento utilizado (logaritmación) y por la otra el hecho de no considerar, país por país, el grado de asimetría que exhibe la distribución del ingreso en la población (salvo por la vía indirecta de segmentar el universo) con todas las implicancias que ello tiene no sólo en términos de condiciones de vida sino también en cuanto a las relaciones de poder económico, social, político y cultural prevalecientes.
c) la tasa de ahorro (o inversión) genuino(a)
En los últimos años se han realizado numerosos esfuerzos por dotar al recientemente creado concepto de desarrollo sustentable de los indicadores apropiados que le permitan estar en condiciones de orientar efectivamente el diseño y la aplicación de políticas. En el estudio ya citado del Banco Mundial (2000) se define al desarrollo sustentable como "el proceso de administración de una cartera de activos para preservar y mejorar las oportunidades de la gente".
Los activos a los que se alude en esa definición son el llamado "capital físico" tradicional al que se vienen a sumar ahora lo que se ha dado en denominar "capital natural" y "capital humano". En consecuencia, un desarrollo sostenible sería aquel capaz de contribuir a que tales activos aumenten con el tiempo o, por lo menos, no disminuyan.
“De acuerdo con esa definición, el principal indicador de la sustentabilidad (o no sustentabilidad) del desarrollo podría ser la "tasa de ahorro genuino" o la "tasa de inversión genuina", un nuevo indicador estadístico que están elaborando los especialistas del Banco Mundial. Las mediciones corrientes de acumulación de la riqueza no toman en cuenta el agotamiento y el deterioro de los recursos naturales, como los bosques y los yacimientos petrolíferos, por un lado, y la inversión en uno de los activos más valiosos de una nación —su gente—, por el otro. La tasa de ahorro genuino (inversión genuina) tiene por objeto corregir esta deficiencia mediante el ajuste de la tasa de ahorro tradicional deduciendo el valor estimado del agotamiento de los recursos naturales y los daños provocados por la contaminación (la pérdida del capital natural) y añadiendo el aumento del valor del capital humano (derivado, principalmente, de la inversión en educación y servicios básicos de atención de la salud)” (Banco Mundial, 2000, Cap. XVI)
Según los expertos involucrados en este esfuerzo, aunque el cálculo de las tasas de ahorro genuino de los distintos países resulta extremadamente complicado, en especial por las dificultades de evaluar el llamado “capital humano”, ello valdría la pena, por la importancia potencial de un indicador de esta naturaleza como orientador de la políticas públicas.
d) el índice de bienestar sustentable (IBS)
Un nuevo indicador alternativo, el "Indice de Bienestar Sustentable (IBS)", se viene a sumar a los anteriores en su intento por medir aquellos aspectos que tienen que ver con la calidad de vida de las personas, buscando asumir así las falencias del Producto Interno Bruto (PIB), que sólo se limita a registrar el valor monetario de las transacciones mercantiles.
El IBS, desarrollado por Daly y Cobb en 1989, sustrae al consumo personal que refleja el PIB, los gastos de Defensa y otros que no contribuyen al bienestar de la ciudadanía. De acuerdo a ese criterio, según un estudio de la investigadora Beatriz Castañeda, el "Bienestar Sustentable" ha disminuido en más de un 60 % en los últimos 33 años con respecto al PIB.(Castañeda, 1999)
El PIB no considera la escasez de los recursos naturales, ni la degradación del medio ambiente, ni las consecuencias de esto sobre salud y bienestar de la población. El IBS en cambio incorpora, tanto estos aspectos, como el valor del trabajo de la dueña de casa, los servicios de bienes durables y el agotamiento de los recursos naturales.
De acuerdo a este mismo estudio, el IBS se muestra en Chile correlacionado con el PIB hasta el año 1985. Después de la recesión de 1982 el país duplicó el PIB pero el IBS disminuyó. En síntesis, en Chile el IBS creció más lento que el PIB, considerando que la contribución del trabajo de la mujer es un aspecto positivo, pero la disminución del capital natural es fuertemente negativa.
Este resultado no es sorprendente considerando que Chile es un país “en vías de desarrollo” cuyas exportaciones se hallan principalmente basadas en recursos naturales. Especialmente desde los ochenta, nuestro país ostenta un patrón de crecimiento no sustentable, y el bienestar, en los términos usados en este trabajo, no ha mejorado. El resultado de este estudio reveló también la importancia del medio ambiente en la economía nacional, aún considerando todas las restricciones metodológicas.
e) la vida y la muerte como indicadores económicos
Para Amartya Sen, premio Nobel de economía 1998 e inspirador del IDH, hay situaciones en que las estadísticas de mortalidad permiten calibrar mejor la penuria económica que las magnitudes de la renta y los recursos financieros. Ellas obligan a prestar atención a problemas acuciantes tales como las hambrunas, las necesidades sanitarias, la desigualdad entre los sexos, la pobreza y la discriminación racial, incluso en las naciones ricas.
Se sabe, por ejemplo, que dos quintas partes de los habitantes del barrio neoyorquino de Harlem viven en familias cuyos ingresos se hallan por debajo del umbral de la pobreza según las estadísticas norteamericanas.
“Es un dato estremecedor; pero resulta que ese umbral, aun siendo muy bajo en el contexto de Estados Unidos, es muchas veces la renta media de una familia, digamos, de Bangladesh, aun después de hacer las correcciones exigidas por las diferencias de precios y de valor adquisitivo.” (Sen, 1993)
Pero según Sen, en esto (como en otras situaciones similares) las estadísticas de mortalidad nos instruyen mejor acerca de cómo comparar la pobreza en Harlem con por ejemplo la existente en Bangladesh. Por ejemplo, los hombres de raza negra que viven en Harlem tienen menos probabilidades de llegar a los 65 años que los que viven en Bangladesh. Ciertamente, ello se debe en parte a las muertes que causa la violencia, rasgo característico de la miseria social en Estados Unidos, pero la violencia está lejos de ser la única causa de ello.
En consecuencia, “la naturaleza y el alcance de la miseria entre los afroamericanos no se interpretan bien cuando se miden con el patrón de la renta. Según esta vara de medir, en comparación con los estadounidenses blancos los afroamericanos son pobres, pero inmensamente más ricos que los ciudadanos chinos y que los de Kerala. Por otra parte, en términos de vida y muerte, los estadounidenses afroamericanos tienen menos probabilidades de sobrevivir hasta una edad avanzada que las que tienen los habitantes de algunos de los países más pobres del Tercer Mundo” (Sen, 1993)
Por otra parte varios de los países que redujeron asombrosamente la mortalidad infantil entre 1960 y 1985 aún no salen de la pobreza. Para Sen esto tiene fuertes implicaciones políticas, ya que pone claramente en cuestión la socorrida tesis de que un país pobre no puede permitirse mayores gastos en sanidad o educación mientras no sea más rico y financieramente sólido. A juicio de Sen, lo que en esa tesis se ignora es el coste relativo:
“Educación y sanidad son intensivas en trabajo, como lo son muchos de los más eficientes servicios médicos. Tales servicios cuestan mucho menos en una economía en la que el trabajo es barato que en la de un país más rico. Así, aunque el país pobre tiene menos para gastar en esos servicios, también necesita gastar menos en ellos.” (Sen, 1993)
LA PROBLEMATICA DEL DESARROLLO ECONOMICO
Sin embargo, como ya se señaló al aludir a la crítica del PNUD al PIB, en su mayor parte las propuestas esbozadas más arriba se alejan de éste último sólo en la medida en que se orientan a medir “resultados” en términos de calidad de vida y no únicamente los “medios” que harían posible alcanzarlos. Si bien como preocupación, particularmente en relación con el diseño y aplicación de las políticas públicas, esto es enteramente legítimo y necesario, no debe hacer perder de vista que a la base de esos resultados se hallan siempre presentes o ausentes un determinado repertorio de medios.
Más aún, siendo necesario distinguir claramente ambos planos, ello no permite marcar la real diferencia entre “crecimiento” y “desarrollo económico” porque si bien el PIB, con todas las correcciones que fuese necesario introducir en sus procedimientos de cálculo, sólo pudiese ser indicativo del ritmo y nivel de crecimiento económico, ninguno de los indicadores compuestos que hemos descrito es capaz de dar cuenta, en rigor, del desarrollo propiamente económico.
Ello porque su interés se centra en los problemas, ciertamente relevantes y relacionados pero distintos, del “desarrollo humano” o de la “sustentabilidad” del desarrollo económico en los términos actualmente conocidos. En realidad, ninguno de ellos permite intentar dimensionar adecuadamente los niveles y potencialidades de desarrollo alcanzados por una determinada economía nacional.
En efecto, el desarrollo económico no es simplemente una determinada cuantía de recursos contables generados o disponibles por habitante, ni aún en el caso de que se intentase complementar esa información con la referida a los niveles de logro alcanzados en ámbitos tan relevantes para la vida de las personas como son los de la salud y la educación.
El desarrollo económico como concepto alude a la vez a un proceso y a una condición: al proceso en virtud del cual la productividad del trabajo conoce un incremento constante -y en la sociedad moderna ello ocurre también a un ritmo cada vez más acelerado- y al logro alcanzado sólo por algunas economías nacionales de la capacidad de imprimirle a este proceso un carácter esencialmente autónomo y autosostenido.
Pero la idea subyacente al propio concepto de que este proceso es de carácter endógeno a cada economía nacional contribuye a oscurecer aspectos absolutamente esenciales de esta problemática. Bajo el supuesto, implícito pero inevitable en un concepto como éste tomado del campo de la biología, de tratarse de un proceso de despliegue y maduración autónomo de potencialidades inherentes a cada organismo individual -como sucede en la naturaleza con todos los miembros de una especie- se tiende espontáneamente a percibir la diferencia entre las diversas economías nacionales como una diferencia sólo de grado (como una especie de “edad” biológica), sin que la influencia de unas sobre otras tuviese a este respecto una importancia decisiva.
Sin embargo, la economía de la época actual ha estado enmarcada desde sus orígenes en un creciente e ininterrumpido proceso de mundialización, de los intercambios primero y de los procesos productivos después, que se inicia con la revolución comercial del siglo XV y se extiende hasta nuestros días. Una parte esencial y cada vez más importante de la economía mundial se halla efectivamente mundializada, configurando un sistema de producción e intercambios globales que atraviesa el conjunto de las economías nacionales a través de sus sectores más dinámicos. Así, el desarrollo de las fuerzas productivas al interior de cada espacio económico nacional va teniendo lugar en el marco de los condicionamientos que impone y de las posibilidades que abre la división internacional del trabajo.
Con el correr del tiempo, esto ha ido abriendo una brecha cada vez mayor e insalvable entre aquellas economías que, gracias a los niveles de acumulación alcanzados en los estratégicos planos financiero y tecnológico, han logrado controlar los procesos productivos claves de la economía moderna y aquellas otras que han debido especializarse en la producción de insumos industriales o productos industriales de menor valor agregado para las primeras. Todo ello apunta a aspectos absolutamente esenciales, concernientes a la estructura misma de la economía mundial y a la posición que en ella detentan los principales agentes de cada espacio económico nacional. Se trata de aspectos que marcan diferencias cualitativas entre estos últimos, pero que sin embargo suelen ser sistemáticamente ignorados en la literatura académica convencional y en los diversos procedimientos de “medición” del desarrollo actualmente en uso.
El desarrollo y el subdesarrollo económicos como estado o condición –vale decir como resultados- configuran en realidad la cara y contracara mutuamente relacionadas y condicionadas de un mismo pero contradictorio proceso de desarrollo de las fuerzas productivas a escala mundial, proceso que ha generado y continúa generando –esencialmente a través de las rentas monopólicas y tecnológicas que determinan los términos del intercambio entre los distintos países- fuertes asimetrías en las relaciones de poder económico y político imperantes sobre el escenario internacional. El gran desafío a nivel de la construcción de indicadores capaces de captar y dimensionar la naturaleza del problema consiste, precisamente, en incorporar al cuadro aquellos aspectos claves que hoy son dejados sistemáticamente de lado.
CONCLUSIONES
Se hace necesario avanzar hacia la definición de nuevas formas de abordar el problema del desarrollo económico y social, poniendo atención tanto en la fortaleza y sustentabilidad de los logros productivos como en la distribución equitativa de los mismos en consonancia con los derechos básicos de las personas y en el marco de una economía cada vez más globalmente entrelazada.
Ello exige dotarse de nuevos y más comprensivos marcos de análisis e indicadores, capaces de captar apropiadamente la real complejidad y significación de esta problemática. A nivel de las economías nacionales esto supondrá un esfuerzo por dimensionar tanto las vulnerabilidades como las potencialidades inherentes a sus actuales estructuras productivas y a los modos de relación que en el marco de la realidad económica mundial o regional se abren ante ellas como efectivas posibilidades estratégicas.
REFERENCIAS
Acosta, Alberto, (s.f.) ¿El PIB miente?, www.tierramerica.org
Banco Mundial, (2000) Beyond Economic Growth: Meeting the Challenges of Global Development, www.worldbank.org
Castañeda, Beatriz (1999) Un índice de bienestar sustentable para Chile, 1965-1968, Programa Chile Sustentable, Santiago
Comisión de Estadística del CES de la ONU, (2000) Evaluación de las críticas formuladas acerca de las estadísticas del Informe sobre Desarrollo Humano de 1999, www.unstats.un.org
PNUD, (1996) Informe sobre el desarrollo humano 1996, Mundi-Prensa, Madrid, 250 pp.
Sen,
Amartya, (1993) La vida y la muerte como indicadores económicos,
Investigación y ciencia, Madrid, www.unrc.edu.ar
* El artículo constituye una breve presentación de los
objetivos hacia los que apunta una investigación en curso en el marco del
Programa de Investigación que desarrolla actualmente la Escuela de
Administración y Economía de la Universidad Católica Cardenal Silva Henríquez.
Cómo citar este artículo:
Gonzalorena, Jorge (2003) "Indicadores
de desarrollo económico y social", Oikos Nº15, 79-95, Escuela de Administración y
Economía (EAE), Universidad Católica Silva Henríquez (UCSH), Santiago de Chile.