CONSIDERACIONES SOBRE LA CONCEPCION MATERIALISTA DE LA HISTORIA

En este artículo postulamos la vigencia y relevancia teórica de la concepción materialista de la historia (CMH) en su formulación original, como la perspectiva teórica que hace de la historiografía una ciencia, haciéndonos cargo de manera muy esquemática de las principales impugnaciones de que ha sido objeto, tanto desde fuera como desde dentro del movimiento socialista, y señalando algunos de los más importantes aspectos en que, a nuestro parecer, ella necesita ser hoy desarrollada.

I. Rasgos característicos de la concepción materialista de la historia 

Como se sabe, la CMH parte de una premisa elemental: que la historia de la humanidad no constituye una simple sucesión de acciones ciegas, aleatorias e inconexas, de trayectoria errática, sino un proceso social de desarrollo globalmente continuo y progresivo, dotado de sentido, y por lo tanto, inteligible. Y que, en consecuencia, el intento de dar rigurosa cuenta de esa experiencia tampoco está inexorablemente condenado a representar una mera colección de fábulas, enteramente surgidas de la imaginación del historiador y circunscritas cada una de ellas a algún acontecimiento particular, como ha sido la tónica de la historiografía tradicional, sino que, muy por el contrario, plantea ante éste el gran desafío científico de descubrir y poner claramente de relieve su significado más profundo. 

El propio Marx, en un fragmento notable de su Prólogo a la Contribución de la Economía Política de 1859, al dar cuenta del resultado teórico de sus investigaciones, resume la CMH en estos términos:

 

"en la producción social de su vida los hombres establecen determinadas relaciones necesarias e independientes de su voluntad, relaciones de producción que corresponden a una fase determinada de desarrollo de sus fuerzas productivas materiales. El conjunto de estas relaciones de producción forma la estructura económica de la sociedad, la base real sobre la que se levanta la superestructura jurídica y política y a la que corresponden determinadas formas de conciencia social. El modo de producción de la vida material condiciona el proceso de la vida social política y espiritual en general. No es la conciencia del hombre la que determina su ser sino, por el contrario, el ser social es lo que determina su conciencia. Al llegar a una fase determinada de desarrollo las fuerzas productivas materiales de la sociedad entran en contradicción con las relaciones de producción existentes o, lo que no es más que la expresión jurídica de esto, con las relaciones de propiedad dentro de las cuales se han desenvuelto hasta allí. De formas de desarrollo de las fuerzas productivas, estas relaciones se convierten en trabas suyas, y se abre así una época de revolución social. Al cambiar la base económica se transforma, más o menos rápidamente, toda la inmensa superestructura erigida sobre ella. Cuando se estudian esas transformaciones hay que distinguir siempre entre los cambios materiales ocurridos en las condiciones económicas de producción y que pueden apreciarse con la exactitud propia de las ciencias naturales, y las formas jurídicas, políticas, religiosas, artísticas o filosóficas, en una palabra, las formas ideológicas en que los hombres adquieren conciencia de este conflicto y luchan por resolverlo. Y del mismo modo que no podemos juzgar a un individuo por lo que él piensa de sí, no podemos juzgar tampoco a estas épocas de transformación por su conciencia, sino que, por el contrario, hay que explicarse esta conciencia por las contradicciones de la vida material, por el conflicto existente entre las fuerzas productivas sociales y las relaciones de producción."

 

La idea fundamental contenida en este planteo es que el hilo conductor del proceso histórico global de la humanidad, la base sobre la cual éste se desarrolla, transformando progresivamente las condiciones de existencia de los seres humanos y haciendo posible su comprensión como un proceso unitario, es el continuo y progresivo desarrollo de la capacidad productiva del trabajo humano, es decir, el progresivo incremento de la productividad del esfuerzo colectivo que el ser humano, como ser social capaz de aprender de su propia experiencia, despliega sobre la naturaleza en el inderogable intercambio vital que sostiene con ella para mantener y reproducir su vida. 

Conjuntamente con ella, se asume también que, como consecuencia de dicho desarrollo, se van modificando también, progresivamente, las relaciones recíprocas entre los propios seres humanos, es decir las formas que en definitiva adopta la organización de la sociedad humana en cada momento histórico. Estas relaciones son simultáneamente de carácter técnico, definidas por y expresivas de los requerimientos funcionales del proceso productivo, como del modo en que se configura y distribuye el poder en el seno de la sociedad y que en todas las sociedades de clases define una la clara estructura jurídico-política, condensada en el aparato de Estado, como expresión de la estructura de intereses y de la lucha de clases que se desarrolla en torno a ella por la distribución del producto social excedente. 

En consecuencia, es el abordaje de la historia como proceso evolutivo de largo aliento de la especie humana, y no solo como mera yuxtaposición de los acontecimientos históricos individuales y singulares a través de los cuales éste cobra expresión, lo que posibilita el desarrollo de una investigación histórica con pretensiones de cientificidad. Esa investigación buscará entonces no solo describir el curso de los acontecimientos y el rol que en ellos juegan sus actores y sus motivaciones inmediatas, sino también y fundamentalmente desentrañar y poner de relieve las fuerzas que lo impulsan, orientan y condicionan para permitir de ese modo que éste pueda tornarse plenamente inteligible. En palabras de Engels (1886), 

Las colisiones entre las innumerables voluntades y actos individuales crean en el campo de la historia un estado de cosas muy análogo al que impera en la naturaleza inconsciente. Los fines que se persiguen con los actos son obra de la voluntad, pero los resultados que en la realidad se derivan de ellos no lo son, y aun cuando parezcan ajustarse de momento al fin perseguido, a la postre encierran consecuencias muy distintas a las apetecidas. Por eso, en conjunto, los acontecimientos históricos también parecen estar presididos por el azar. Pero allí donde en la superficie de las cosas parece reinar la casualidad, ésta se halla siempre gobernada por leyes internas ocultas, y de lo que se trata es de descubrir estas leyes.

 

Este es, por lo tanto, el desafío, situando la labor de investigación sobre un terreno muy distinto al que ha cultivado la historiografía convencional, que coloca su mirada casi exclusivamente sobre escenario del acontecimiento y se centra en destacar las virtudes, defectos y motivaciones de los grandes personajes que ocupan y monopolizan el centro de la escena política en calidad de supuestos hacedores de la historia. 

En rigor, la permanente fijación de la historiografía convencional en los árboles no le permite ver el bosque. De allí que quienes la cultivan se resistan a aceptar la posibilidad de que el conocimiento de la historia pueda llegar a constituir un saber científico capaz de trascender el carácter puramente "idiográfico" que le atribuyen para transformarse en uno de carácter "nomotético". 

Confrontando este estrecho tipo de visiones de la historia, Engels (1886) sostiene que, 

… si se quiere investigar las fuerzas motrices que —consciente o inconscientemente, y con harta frecuencia inconscientemente— están detrás de estos móviles por los que actúan los hombres en la historia y que constituyen los verdaderos resortes supremos de la historia, no habría que fijarse tanto en los móviles de hombres aislados, por muy relevantes que ellos sean, como en aquellos que mueven a grandes masas, a pueblos en bloque, y, dentro de cada pueblo, a clases enteras; y no momentáneamente, en explosiones rápidas, como fugaces hogueras, sino en acciones continuadas que se traducen en grandes cambios históricos. 

Dejaremos por ahora hasta aquí esta presentación esquemática de la CMH para hacernos cargo más adelante, en el contexto de las controversias suscitadas en torno a ella, de otras importantes cuestiones involucradas en la reflexión sobre su pertinencia y fecundidad como perspectiva científica para el estudio de la historia. 

II. Crítica externa 

En las últimas tres décadas, las ciencias sociales en general y la historiografía en particular se han visto sometidas al impacto de las fuertes y persistentes impugnaciones levantadas por diversos autores en contra de las pretensiones de cientificidad desarrolladas en el plano de la teoría, dando origen a lo que en el campo de la historiografía se ha dado en llamar genéricamente "crisis de los grandes paradigmas" (Aróstegui, 1995). 

La expresión más virulenta de este cuestionamiento ha procedido, sin duda alguna, de la moda intelectual "posmoderna", sustentada en un constructivismo extremo y, en última instancia, dirigida a socavar toda posible confianza en la fuerza desmitificadora y emancipadora de la razón. El blanco predilecto de las críticas de los "deconstructores" ha sido, sin duda, la CMH formulada y desarrollada por Marx y Engels, cuya crisis e inexorable desaparición ha vuelto a ser profetizada una vez más. 

En una mirada más amplia, salvo en estas últimas décadas, en que por distintas vías algunos han llegado a cuestionar el que los resultados de la investigación histórica puedan constituir realmente un saber de base empírica, el eje de las controversias, tanto dentro como fuera del marxismo, ha estado situado permanentemente en el problema de la relación que cabe establecer entre la influencia que sobre el curso de los acontecimientos ejercen las fuerzas objetivas y subjetivas que operan en la historia. 

El cargo más grave que se suele lanzar en contra de la CMH es el de su supuesto reduccionismo y determinismo economicista, acusación que se apoya no tanto en lo sostenido por Marx o Engels como en las interpretaciones ulteriores realizadas, primero, por los principales teóricos de la socialdemocracia centroeuropea y, posteriormente, por el estalinismo. Sobre esa inapropiada base, se la presenta entonces como una explicación teleológica y fatalista de la historia o, en lenguaje posmoderno, como un "metarrelato" de carácter suprahistórico.

 

Sin embargo, como esta acusación ya se hizo presente en la propia época en que Marx daba forma a su magistral propuesta teórica, el mismo tuvo la oportunidad de hacerse explícitamente cargo de ella, rechazando tajantemente el que se pretendiese concebir a la CMH como "… una teoría histórico-filosófica de la marcha general que el destino le impone a todo pueblo, cualesquiera sean las circunstancias históricas en que se encuentre" (Marx, 1877). 

Efectivamente, nada resulta más alejado de la CMH que asociarla a la suposición de una marcha inexorable del proceso histórico, empujado por una fuerza todopoderosa, hacia un fin previamente establecido. Esta fue, precisamente, una de las mistificaciones más ampliamente difundida y aceptada en la época de Marx y Engels, y en contra de la cual fue formulada la CMH. 

"La Historia no hace nada" escribieron en su polémica obra La Sagrada Familia (Marx y Engels, 1845), todo en ella lo hace el ser humano, con su accionar intencionado y multiforme, pues la historia "no es más que la actividad del hombre que persigue sus objetivos". 

¿De dónde nace, entonces, la ilusión de que la historia se halla regida por fuerzas extrañas a la propia acción del hombre, convirtiendo a éste en un mero instrumento ciego de sus fines? La explicación está directamente relacionada con el modo en que los sujetos suelen representarse de manera espontánea el desarrollo y los resultados de su praxis. Como bien señala Kosik (1963), 

"puesto que la praxis objetivante y objetivada del hombre sobrevive a cada individuo y es independiente de él, la mayoría de las veces el hombre se interpreta a sí mismo, e interpreta su historia y su futuro, ante todo, en función de su propia creación". 

En efecto, puesto que la praxis supraindividual se plasma y objetiva en realidades socioculturales duraderas (lenguaje, normas, valores, costumbres, modos de relacionarse con el entorno natural, representaciones, creencias, objetos materiales, etc.), que van siendo asumidas por los sujetos y traspasadas de generación en generación, es comprensible que sea percibida luego como una mera consecuencia de las realidades estructurales que ella misma ha ido creando. 

Así, las estructuras del mundo social, en que se entremezclan la relación colectiva de los seres humanos con la naturaleza y las relaciones recíprocas que ellos mismos mantienen entre sí, y que, en consecuencia, solo son el producto de la praxis objetivada, y luego en diversos grados fetichizada, tienden a aparecer ante los sujetos como una realidad natural, con vida y poder propio, que parece imponerse como una fuerza extraña y coercitiva sobre sus propios creadores. 

En su furibundo afán crítico y "deconstructivo", pero desprovisto de todo ulterior esfuerzo de reconstrucción, el posmodernismo no se detuvo en la desacreditación de los pretendidos "metarrelatos", sino que prosiguió luego con la de toda forma de conocimiento con pretensiones de cientificidad, concibiéndolo como un resultado de meras interpretaciones, sin un contenido de verdad claramente acreditable. 

En sintonía con Nietzsche, la creación de ese saber ficticio respondería, a su vez, a una exclusiva "voluntad de poder" y conllevaría una aceptación resignada del orden social existente. La radicalización de este discurso conduce finalmente a negar la existencia de lo real como referente obligado e independiente de todo sistema perceptivo o esquema conceptual, privando de base y sentido a toda lucha emancipatoria. 

III. Crítica interna 

Entre quienes se identifican con el "materialismo histórico", reconociendo en él una aproximación científicamente robusta para al estudio de los problemas humano-sociales, han arreciado también algunas controversias en torno a la vieja cuestión de la relación dialéctica entre lo necesario y lo contingente en el curso de la historia, es decir, entre los condicionamientos estructurales del desenvolvimiento histórico y el impacto que sobre este último puede llegar a tener la acción transformadora de los sujetos. En otros términos, la antigua polémica sobre la tensión observable entre los "factores" objetivos y subjetivos que se entrelazan en el escenario histórico y que resurge asociada a algunas de las propias formulaciones de Marx y Engels o a interpretaciones ulteriores. 

Cabe destacar que parte importante de estos cuestionamientos internos derivan de la errónea y acrítica identificación que se operó desde mediados de los años veinte entre marxismo y estalinismo en el seno de la mayor parte del movimiento comunista internacional. Tal identificación pasa por alto no solo las profundas divergencias que tanto en el campo de las ideas como de la acción política median entre ambos sino que oscurece o ignora también una parte sustancial de los desarrollos teóricos registrados en el propio campo del marxismo precisamente en torno a aquellas problemáticas que luego se supondrán no abordadas o insuficientemente abordadas por éste. 

El estalinismo surge como expresión política de la burocracia que, tras el triunfo de la revolución de octubre y del ejército rojo en la guerra civil, logra imponerse en la Unión Soviética en el curso de los años veinte. Como instrumento de su lucha por el poder y en función de sus propios intereses, la burocracia elabora y propaga bajo el nombre de "marxismo-leninismo" un catecismo basado en una tendenciosa exégesis de las obras de Marx, Engels y Lenin, que se ve transformada así en una mera colección de dogmas. Es en ese contexto que Stalin da a conocer en 1938 su famosa visión unilineal del desarrollo histórico como una sucesión ordenada y universal de cinco estadios: comunismo primitivo, esclavismo, feudalismo, capitalismo y socialismo. 

En la medida en que aceptó encuadrar sumisamente su labor en ese marco ideológico, el horizonte visual de la mayor parte del "marxismo occidental" (Anderson, 1979) se vio luego inevitablemente empobrecido. Sin embargo, por más que lo intentase, la vulgata estaliniana no podía mellar por completo el filo de la crítica inherente a un pensamiento científico-social tan potente como el desarrollado por Marx, Engels y los marxistas ulteriores. De allí que, a pesar de sus limitaciones, ese "marxismo occidental" fuese capaz de exhibir también, en base a una lectura propia de las obras de Marx y Engels y bajo la influencia adicional de otras corrientes de pensamiento, ciertas elaboraciones teóricas, más o menos originales, de indudable interés.

 

Las controversias desatadas en los años 60 por la obra de Althusser, y luego, a fines de los años 70 en el campo de la teoría de la historia, por las críticas de Thompson a Althusser (1979), reivindicando la importancia de la investigación empírica y de los procesos de formación de la conciencia de clase de los explotados en base a sus propias experiencias, dan un claro ejemplo de ello. En este último giro encuentran también su origen la vertiente de estudios "culturalistas" y la llamada "nueva historia social". 

Sin embargo, lejos de ser los problemas en torno a los cuales giran estas recientes controversias aspectos novedosos, ausentes u olvidados en el seno de la CMH, ellos han constituido siempre el eje de las más importantes confrontaciones políticas e ideológicas que han tenido lugar en su seno y, en consecuencia, concitaron una gran atención, primero del propio Marx y de Engels y, luego, de las generaciones ulteriores de intelectuales revolucionarios. Como el propio Thompson advierte, pero sin extraer de ello las debidas conclusiones, Marx dedica a estos problemas sus célebres estudios sobre las luchas de clases en Francia entre 1848 y 1871. 

En Lenin, como crítica al espontaneísmo, que finalmente se traduce en líneas de acción política vanguardistas o reformistas, constituyen el eje de sus incisivas polémicas con los populistas y los mencheviques. En Trotsky representan, asimismo, el eje de sus escritos sobre las grandes cuestiones de estrategia y táctica revolucionaria en las cuatro primeras décadas del siglo XX y constituyen también un aspecto central de su monumental Historia de la Revolución Rusa (1931), curiosamente ignorada por Thompson. Estos son también temas centrales en la obra de Lukacs y de Gramsci, por lo que sorprende que reaparezcan ahora sin exhibir nexo alguno con las elaboraciones precedentes.[1] 

Otra expresión del interés que despierta en los medios académicos el estudio de la CMH fue la publicación de la exhaustiva defensa que de ella hace Cohen (1978) desde el llamado "marxismo analítico". La controversia desatada por su trabajo ha contribuido a renovar y mantener viva la reflexión sobre el real significado de la obra de Marx y su vigencia. Hay quienes, como Brenner, creen ver en la tesis de la primacía explicativa de las fuerzas productivas (FFPP) un determinismo tecnológico que resultaría incompatible con la tesis de la historia como expresión de la lucha de clases. 

En esa misma perspectiva, algunos advierten la existencia de una contradicción a este respecto en las propias formulaciones de Marx, por ejemplo entre las del Prólogo de 1859 y el Manifiesto de 1848, o entre el Prólogo y la carta de 1877 a la revista rusa Otiechéstvennie Zapiski. Pero tal apreciación es errónea porque no considera los niveles de abstracción, claramente diferenciados, sobre los que discurre el planteamiento de Marx en cada uno de los casos. 

La tesis del Prólogo, que en lo sustancial ya está presente en la Ideología Alemana y que postula la primacía explicativa de las FFPP, corresponde a la visión global del largo proceso de evolución histórica de la humanidad que da toda su coherencia a la CMH, mientras que los escritos políticos de 1848 a 1871 tienen por objeto de análisis el desarrollo de los acontecimientos de las luchas de clase que se despliegan en aquellas coyunturas históricas y cuyo desenlace ha de ser definido, en definitiva, por la propia lucha. 

Una buena explicación del carácter unitario de esta visión del desenvolvimiento histórico, que integra los condicionantes objetivos y el despliegue de la acción de los sujetos dentro de los límites que le son permitidos por los primeros, podemos encontrarla en la exposición de Engels de 1886 y en el trabajo de Plejanov de 1898. En este último, Plejanov plantea la necesidad de invocar la confluencia de una pluralidad de causas para explicar el desarrollo de los acontecimientos, a las que denomina causas generales, particulares y singulares. 

En consecuencia, la crítica interna al supuesto determinismo de la CMH se basa en una artificiosa oposición entre niveles de abstracción que son en rigor complementarios o en un simple desconocimiento del modo en que en el seno del marxismo, y muy especialmente en el terreno de la práctica política desarrollada bajo su orientación, se ha abordado el problema de la formación de la conciencia de clase de los explotados. En esto se constata una relación inversamente proporcional entre la extensión del periodo considerado para fines de análisis y el grado de incidencia que los sujetos históricos pueden llegar a tener sobre el curso que siguen los acontecimientos. 

Un problema parecido se observa en los debates generados en torno a la transición del feudalismo al capitalismo y sobre el carácter de las estructuras internas de los países sometidos a la dominación imperialista en la medida en que los enfoques que se presentan como "ortodoxos" no logran establecer una clara diferenciación de niveles de abstracción y quedan prisioneros de la esquemática y unilineal concepción del desarrollo histórico de la humanidad a través de los cinco estadios canonizada por Stalin. 

Un error simétrico al del culturalismo se puede observar en la lectura estructuralista del marxismo que, a su modo, fue característica del llamado “marxismo ortodoxo” de la Segunda Internacional, luego de la vulgata estaliniana y finalmente de las corrientes antihumanistas y antihistoricistas, en que el planteo del Prólogo se invoca para postular la marcha inexorable de una historia en que los sujetos son borrados de la escena y la historia deja de ser, en consecuencia, la expresión y resultado de la lucha de clases. 

En el caso de la "lectura" althusseriana del marxismo se llega a un extremo de formalismo por el que el "objeto de conocimiento" es concebido como "absolutamente distinto y diferente del objeto real" (Althusser y Balibar, 1968:46). De esa manera, la "práctica teórica" llega a autonomizarse hasta tal punto del proceso histórico real, que le resulta inevitable plasmarse en una nueva forma de idealismo. Así, buscando depurar al marxismo de todo resabio de hegelianismo, Althusser arriba a un resultado paradójico: termina por despojarlo de su basamento materialista, indispensable para su constitución como conocimiento científico dirigido a la reproducción de lo concreto-real por vía del pensamiento. 

El rechazo del marxismo al fatalismo que deriva de ese tipo de "lecturas" lo patentiza bien la disyuntiva, ya señalada por Rosa Luxemburgo (1916), a la que se ve enfrentada la humanidad ante la crisis estructural del capitalismo, y cuyo desenlace solo puede ser resuelto por medio de la lucha: o bien avance hacia el socialismo, es decir hacia la superación del capitalismo y la constitución de un nuevo orden social a tono con los derechos, intereses y anhelos de la inmensa mayoría, o bien retroceso hacia la barbarie que, como expresión y consecuencia de su crisis, engendra el capitalismo en cualquiera de sus múltiples formas: guerra, fascismo, genocidio, holocausto nuclear o destrucción de la naturaleza. 

Es a esa disyuntiva a la que nos hallamos enfrentados hoy todos nosotros y depende exclusivamente de nosotros resolverla. 

IV. Aggiornamento 

Finalmente, es indudable que una teoría que solo alcanzó a ser esbozada por sus iniciadores siempre está necesitada de ulteriores elaboraciones, y es indudable también que el desarrollo dinámico del capitalismo y de la lucha de clases van generando constantemente situaciones nuevas que obligan a replantearse algunas de las hipótesis y conclusiones originales. Como decía Goethe, “nebulosa es toda teoría, amigo mío, más eternamente verde es el árbol de la vida”. Entre los problemas más importantes que requieren ser reexaminados y profundizados cabe puntualizar al menos tres: 

Primero, el de las sustantivas diferencias observables en aspectos claves entre el modo de producción capitalista y los modos de producción precedentes al momento de enfrentarse a su fase de declive. En efecto, y a diferencia de lo señalado por Marx con respecto a las contradicciones que se desarrollan en el seno de los modos de producción precedentes, bajo el capitalismo, las relaciones sociales de producción no oponen, como en aquellos, una tenaz resistencia al crecimiento de las FFPP, de modo tal que vayan siendo inexorablemente erosionadas por éste. La contradicción suprema se da, más bien, entre el carácter crecientemente social de la producción y el carácter cada vez más concentrado de la apropiación de la riqueza que solo cabe observar en su real magnitud a escala mundial. 

Las FFPP, por el contrario, impulsadas y orientadas por el insaciable propósito de valorizar el capital, continúan creciendo en el marco de las relaciones de producción prevalecientes, acrecentando por una parte la concentración del poder y las desigualdades y transformándose por otra, en una medida cada vez mayor, en fuerzas de destrucción que comienzan a poner en peligro la propia sobrevivencia de la humanidad. Una de las expresiones más claras de ello lo constituye la catástrofe ambiental que se desarrolla hoy ante nuestros ojos, enteramente provocada por una febril actividad productiva que, al estar basada en una ininterrumpida valorización del capital como criterio de racionalidad económica, se evidencia incapaz de autolimitarse, y otro tanto puede decirse del gigantesco arsenal bélico que continua incrementándose sin cesar. 

Segundo, los cambios morfológicos experimentados por el capitalismo que conllevan a su vez cambios en la fisonomía y gravitación social de la clase trabajadora. El continuo incremento de la productividad del trabajo, asociado a la innovación tecnológica permanente, va incrementando la diversificación de las funciones productivas y modificando las condiciones materiales de existencia de la población. Esto tiene y seguirá teniendo, en una escala cada vez mayor, consecuencias muy significativas sobre el plano político, planteando la necesidad de resignificar en sus formas de acción el rol de los trabajadores asalariados como sujetos protagónicos de la lucha emancipadora, asumiendo y valorando su actual peso social, incomparablemente mayor que en pasado, pero indisociablemente acompañado también de una multifacética y fragmentada morfología social. 

Esto último da inevitablemente pie a una creciente diferenciación y debilitamiento de las identidades colectivas, dificultando por una parte el desarrollo de una fuerte conciencia de clase, y reforzando, por otra, la necesidad de un pensamiento estratégico que, más allá de las reivindicaciones inmediatas, ayude a recrear esa conciencia y permita orientar la acción política de clase hacia la realización de un proyecto histórico de cambio revolucionario. Este último se fundamenta hoy en la triple necesidad de superar el caos y el despilfarro que es inherente al capitalismo, conjurar la creciente amenaza de autodestrucción de la humanidad y abrir camino a una superación real y definitiva de las grandes injusticias sociales. 

Tercero, el carácter y características que adquiere en las condiciones del presente la lucha por la emancipación del trabajo, realizando un balance a fondo de las experiencias de lucha acumuladas a lo largo del siglo XX por el movimiento obrero y revolucionario, esclareciendo las causas del persistente autoritarismo que impregnó la experiencia de los llamados "socialismos reales" y de su estrepitoso fracaso, así como las causas de las formidables y sucesivas derrotas sufridas por el movimiento obrero a escala mundial. Ello demanda la realización de un esfuerzo de análisis sistemático orientado a examinar, en su real extensión y profundidad, toda esta rica experiencia acumulada, valiéndonos para ello de las fecundas herramientas teóricas y conceptuales de que nos provee la propia CMH. 

En suma, el desafío que hoy encaramos está en recuperar la memoria, revalorando y desplegando en todo su potencial la CMH para contribuir con ella a orientar la acción para cambiar efectivamente el mundo. Es precisamente dotándolo de una adecuada perspectiva histórica, enriquecida por las enseñanzas que es posible obtener de las experiencias acumuladas, como se puede poner en pie un pensamiento estratégico coherente que permita apreciar en su real dimensión los grandes desafíos del presente y visualizar mejor los caminos de respuesta que ellos nos demandan. 

 Notas

* Este artículo corresponde a un breve desarrollo de la ponencia presentada ante el 2º Seminario "Los Marxismos del Siglo XXI" realizado en Chile entre los días 22 y 24 de noviembre de 2012. Forma parte del libro Debates sobre Marxismo, continuadores, crisis del capital e izquierda, publicado en 2014 por la Editorial América en Movimiento y que recoge las principales ponencias presentadas en ese evento.

 [1] Sin duda que esto es una expresión del usual desacople que es posible advertir entre la mayor parte del "marxismo de cátedra" y aquél otro que se cultiva en estrecha vinculación con la lucha política revolucionaria y que, por la propia naturaleza de los desafíos que enfrenta, ha logrado elaborar sobre el problema del sujeto y de su constitución como tal, a partir de sus experiencias de lucha y del desarrollo de su conciencia de clase, una visión mucho más lúcida y penetrante. 

Referencias 

Althusser, Louis (1965) La revolución teórica de Marx, Siglo XXI, 1970, México

 

Althusser, L. / Balibar, E. (1968) Para leer El Capital, Siglo XXI, México

 

Anderson, Perry (1976) Consideraciones sobre el marxismo occidental, Siglo XXI, 1979, Madrid

 

(1980) Teoría, política e historia: un debate con E.P. Thompson, Siglo XXI, 1985, Madrid

 

Aróstegui, Julio (1995), La investigación histórica: teoría y método, Crítica, Barcelona

 

Cohen, Gerard (1978) La teoría de la Historia de Karl Marx: una defensa, Siglo XXI, México

 

Engels, Federico (1886) Ludwig Feuerbach y el fin de la filosofía clásica alemana, Progreso, Moscú.

 

Kosik, Karel (1963) “Historia y libertad”, en Dialéctica de lo concreto, Grijalbo, México, 1967

 

Luxemburgo, Rosa (1916) La crisis de la socialdemocracia alemana (el "folleto Junius")

          http://www.marxists.org/espanol/luxem/09El%20folletoJuniusLacrisisdelasocialdemocraciaaleman a_0.pdf

 

Marx, Karl (1859) Prólogo a la Contribución a la crítica de la Economía Política, 

(1877) Carta al director de la revista rusa Otiechéstvennie Zapiski, en http://www.marxists.org/espanol/m- e/cartas/m1877.htm

 

Marx y Engels (1845) La sagrada familia, o crítica de la crítica crítica, Claridad, Buenos Aires, 1971

 

Plejanov, Georgi (1898) El papel del individuo en la historia, Progreso, Moscú

 

Stalin, Josef (1938) "Sobre el materialismo dialéctico y el materialismo histórico", en Cuestiones del leninismo, Lenguas extranjeras, Pekin 

Thompson, E.P. (1978) Miseria de la Teoría, Crítica, 1981, Barcelona 

Trotsky, León (1932) Historia de la revolución rusa, 3 Tomos, Ruedo Ibérico, 1972, París



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